Entre Luisa
de Carvajal y el conde de Gondomar. Nuevos textos sobre la persecución
anticatólica en Inglaterra (1612-1614) Adelaida Cortijo, University of California, Berkeley Antonio Cortijo Ocaña, University of California, Santa
Barbara Los textos que presentamos aquí pertenecen a la Colección Fernán Núñez
de la Biblioteca Bancroft de la Universidad
de California (Berkeley). Como otros muchos
de la colección (ver mi La ´Fernán Núñez
Collection´ de la Bancroft Library, London: Queen Mary and
Westfield College,
2000 para una historia de la colección y un análisis de su contenido),
se relacionan con la familia Fernández de Velasco, que ocupó puestos
de importancia política en España, Italia e Inglaterra durante fines
del siglo XVI y comienzos del siglo XVII.
Los textos en cuestión son copias de tres cartas: dos de ellas enviadas
desde Inglaterra a España por un anónimo religioso N.N.
a un conocido suyo del Seminario de Sevilla (la primera es la Copia
de una carta de Londres escrita por un sacerdote de los que andan
trabajando en la conversión de Inglaterra a un conocido suyo que está
en el Seminario de Sevilla, en que le da cuenta del estado presente
de la religión y de algunos martirios y otras cosas de edificación
[8-XII-1612]; la segunda se titula Copia
de otra carta del mismo [15-II-1614]);
la tercera fue enviada por el embajador de España en Inglaterra, don
Alonso de Velasco, a Felipe III (Copia de una de Londres a 18 de junio de 1613 que
escribió al rey nuestro señor don Alonso de Velasco, embajador de
su majestad en Inglaterra). Como el embajador estaba emparentado con el duque de Frías, así se explica
la pertenencia de los tres documentos a la colección. Las cartas se escriben en forma de relato y participan de un carácter entre
noticiero y hagiográfico. Se dan cuenta en las tres de sucesos ocurridos
entre 1612 y 1614 y que se refieren a las curas milagrosas del llamado
Niño de los Milagros (ver infra
nota 9 para más detalles), así como a las muertes edificantes de varios
religiosos y laicos por defender su fe católica. El hecho de que muchas de las referencias a personas y lugares puedan atestiguarse
por medio de otras fuentes (ver las notas al texto) nos indica que
no estamos ante literatura ficcional, sino
ante relatos verídicos. Las cartas nos trasmiten el estado
de cosas referente a la persecución contra el catolicismo en Inglaterra,
mayormente en Londres y sus alrededores, durante la época de Jaime
I. Los sucesos tienen lugar entre la época en que fue embajador en
Inglaterra don Alonso de Velasco (1610-1613) y los primeros momentos
en funciones del famoso embajador, su substituto, el conde de Gondomar.
También se hace referencia en uno de los documentos a la presencia
en 1612 en Inglaterra de doña Luisa de Carvajal y Mendoza, emparentada
con el embajador español y que desempeñó una labor proselitista y
abanderada de la fe católica. En el texto se mencionan con insistencia los Seminarios o Colegios Ingleses
de Sevilla, Roma y Douai. Se trata de Seminarios
católicos para ingleses (también escoceses, galeses e irlandeses)
fundados en el continente europeo como consecuencia de la separación
de la Iglesia de Inglaterra con Enrique VIII.
En España se fundaron los de Valladolid, Sevilla y Madrid; en Francia
el de Douai; en Italia el de Roma. Una gran
parte de los estudiantes de estos seminarios se educaron con el propósito
de regresar a la misión inglesa, es decir, de volver a Inglaterra
con el propósito de lograr su conversión al catolicismo. Una vez allí
muchos fueron encarcelados por desempañar labores proselitistas del
catolicismo, o simplemente por ejercer de sacerdotes y confesores.
Junto a ellos, también fueron encarcelados un gran número de ciudadanos
laicos, hombres y mujeres. Se les seguía a todos ellos un proceso
de acusación tras el que, de ser condenados, podían pagar con su vida
o la confiscación de bienes y el pago de fuertes multas. En el caso
de los religiosos, éstos debían pronunciar lo que en el texto se llama
el juramento y que se refiere al juramento de adhesión (Oath
of Allegiance),
que significaba jurar los llamados Thirty-Nine Articles, derivados de los Forty-Two Articles escritos por el
arzobispo de Canterbury Thomas Cranmer
en 1553 (y a su vez basados en los Thirteen
Articles firmados por Enrique VIII
en 1538). Fueron desarrollados por el Concilio de Canterbury
en 1571 ante la iniciativa de la reina Isabel I y firmados por ella.
Tratan de los puntos de doctrina aceptados comúnmente por católicos
y protestantes y de los puntos de disensión entre ellos. La negativa
al juramento solía (como ocurre en el texto) pagarse con la muerte.
Los textos que presentamos también son de relevancia por cuanto los documentos
existentes sobre martirios de católicos en Inglaterra en esta
época no son numerosos. Tras varios intentos, y gracias a documentos
como los que presentamos aquí, se intentó en diferentes ocasiones
lograr la canonización y beatificación de algunos mártires ingleses
bajo el papado de Gregorio XIII entre 1580 y 1585 y bajo el de Urbano VII en 1642. Sólo a partir de 1888 se reabrió su causa en
Roma y se reunieron más de 500 documentos de más de 2000 páginas que
condujeron, después de 1906, a la proclamación de varios mártires,
beatos y venerables ingleses e irlandeses (entre ellos, como el caso
más famoso, María Estuardo)
[1]
.
A la situación religiosa de persecución se une el contexto político en
que situar los acontecimientos. Los textos aquí editados ocurren en
el reinado de Jaime I de Inglaterra y Felipe III
de España (1578-1621). La política exterior de Felipe III
se centra en la firma de tratados de paz con Inglaterra y Francia
y la firma de la Tregua de los doce años con Holanda. La hija
del rey, Ana, se casí con Luis XIII de Francia. Esta
situación de paz frágil aparece mencionada en nuestros textos. El
reinado de Jaime I (1603-1625), hijo de María Estuardo, estuvo agitado por las luchas religiosas; los católicos ingleses, que esperaban
mucho de él, vieron con desconcierto como el carácter pusilánime del
rey, con sus veleidades e inconstancias, le enemistaba con el papa
Clemente, lo que le condujo a emprender persecuciones en masa contra
los católicos, que se redoblaron a raíz del descubrimiento de la llamada
Conspiración de la pólvora, en la que estuvo a punto de perecer.
Firmó con España una paz en 1604 y estuvo interesado por firmar un
acuerdo matrimonial entre las dos coronas que no llegaría a realizarse.
Sus relaciones con el Parlamento inglés tampoco fueron fluidas. Así,
mientras éste defendía al elector del Palatino en su lucha contra
España, el monarca se empeñaba en negar su apoyo a Federico V, su
yerno. A estas persecuciones religiosas, fomentadas por el arzobispo
de Canterbury entre otros (el falso obispo de los textos
editados aquí) y a este ambiente político precursor de la Guerra
de los Treinta Años, hacen referencia nuestros documentos.
En los textos también se dejan entrever dos figuras
de importancia. La de doña Luisa de Carvajal y Mendoza, uno de cuyos
criados, en el relato de la segunda carta, acude tras el ajusticiamiento
de un sacerdote para recoger sus reliquias, y la del conde de Gondomar,
don Diego Sarmiento de Acuña, cuya llegada para substituir
al embajador Alonso de Velasco es inminente en el tercer texto. Doña
Luisa de Carvajal y Mendoza (1568-1614) había llegado a Inglaterra conmovida por
la noticia de la ejecución del jesuita Henry Walpole
en 1595, que la llevó a dedicarse a la causa de la conversión inglesa
a la fe católica. Tuvo un papel activo en la dotación económica al
Colegio Inglés de Jesuitas en Lovaina, luego trasladado a Watten,
cerca de Saint Omer, en 1612. Doña Luisa
llegó a Inglaterra en 1605 y bajo la protección del embajador de España
en Londres, don Alonso de Velasco, se empeñó en la protección a los
acusados de la llamada Conspiración de la Pólvora (Gunpowder
Plot), que había intentado derrocar el gobierno de Jaime
I. Fue arrestada en 1608, aunque se la liberó por mediación del embajador
español. Murió poco después, antes de que triunfaran los intentos
de expulsarla de Inglaterra. Educada por su tía abuela, doña
María Chacón, camarera de las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina,
tuvo una educación esmerada y contacto con la élite
del poder. Doña Luisa desarrolló una intensa pasión religiosa y por
las letras. A los diecisiete años, y tras superar su deseo inicial
de hacerse monja, comenzó a sentir "grandes deseos de martirio",
deseos que la llevaron a conjurarse para defender y amparar a los
que sufrían persecución por culpa de su filiación católica. Ya en
la Corte, llevada bajo el amparo de su tío, Consejero de Estado y
Guerra, inició una campaña dedicada al servicio de Dios y en la que
destacan sus contactos con la orden jesuita, la que acabaría donando
toda su fortuna. En Valladolid tomó la resolución de acudir a Inglaterra
en pos del martirio, habida cuenta de la terrible persecución que
allí sufrían los católicos de dedicar sus esfuerzos personales y su
ayuda económica a la misión de Inglaterra. El 24 de enero de
1605 inicia su extravagante viaje. El 1 de mayo de este año la recibe
en Londres el superior de los jesuitas, Enrique Garnet, quien procura por todos los medios disuadir a doña
Luisa de sus deseos de martirio, pues la situación político-religiosa
pide calma y serenidad. Doña Luisa emprende de inmediato un público
y continuo hostigamiento contra el protestantismo de sus forzosos
anfitriones: se enfrasca en agrias discusiones con los más fanáticos
defensores de la herejía anglicana, realiza frecuentes y ostentosas
visitas a los católicos recluidos en las cárceles por causa de su
fe, desgarra públicamente los carteles antipapistas que los ingleses
tienen colgados en sus vías y establecimientos, y promueve sin temor
ni fatiga cuantos disturbios y altercados puedan difundir su nombre
y alertar de su presencia "evangelizadora" en la isla. Sufre
encarcelamiento en 1608, en Londres, y es liberada gracias a la labor
de Alonso de Velasco. Al poco tiempo de haber quedado libre, emprende
la macabra campaña de recoger los miembros amputados de los católicos
ejecutados por descuartizamiento, despojos que ella misma adecenta
y guarda amorosamente en cajas de plomo, para reverenciarlos como
si se tratasen de auténticas reliquias sacras. Funda una congregación
religiosa, la "Compañía de la Soberana Virgen María". Ante
ello el arzobispo de Canterbury ordena su
nuevo encarcelamiento, disposición que se verifica un 28 de octubre
de 1613. Al cabo de tres días, una segunda mediación del jefe de la
diplomacia española obtiene el perdón y la excarcelación de doña Luisa
de Carvajal y Mendoza, a condición de que tan tenaz hostigadora abandone
el territorio inglés. Enferma de gravedad, el propio Felipe III
dicta una orden en la que exige a doña Luisa su inmediato retorno
a la Península. Sin haber cumplido la orden, doña Luisa morirá el
2 de enero de 1614
[2]
.
El conde de Gondomar,
Diego Sarmiento de Acuña (1567-1626), fue un diplomático español,
embajador en Inglaterra, y que llegaría a ser una de las figuras más
relevantes en la corte de Jaime I. Don Diego Sarmiento desempeñó dos
importantes misiones diplomáticas en Inglaterra, en 1613-18 la primera
y en 1620-22 la segunda. Su objetivo central en la primera fue persuadir
al monarca inglés para abandonar su alianza con Francia y con las
países protestantes de Europa y formar una alianza con España. Entre
otras cosas llevó a Jaime I la oferta de la mano de la hija de Felipe
III para el heredero del trono inglés. Como
consecuencia de ello, Jaime I viajó a Madrid a finales de 1622, acompañado
de su hijo Carlos (futuro Carlos I) para negociar el matrimonio con
la infanta María (recordemos que Ana de Austria, la primogénita del
Felipe III , había contraído nupcias con Luis XIII
de Francia en 1615). Éste no llegaría a realizarse y se acabaría concertando
el matrimonio del heredero inglés con Enriqueta, hermana de Luis XIII de Francia. Don Diego Sarmiento concitó durante sus años
en Londres la enemistad del pueblo inglés e incluso llegó a ser la
figura del antihéroe en varios dramas de la época, entre los que destaca
A Game at Chaess
(1625), de Thomas Middleton. En medio, pues, de una revuelta Inglaterra en la
que proliferan las luchas religiosas, en un clima de pactos entre
las potencias europeas y esperando a las puertas conflictos como la
Guerra de los Treinta Años, los textos de la Colección Fernán
Núñez nos permiten acercarnos con documentos de la vida real al
problema religioso y político de los años 1612-1614. ***** Vol. 9 (D-3). II + 35 + IV.
Encuadernación
pergamino. Papel. Letra humanística ½ siglo XVII.
2 manos, con tinta sepia y negra. Autores:
N. N., monje sevillano, y Alonso de Velasco, embajador español en
Londres. Buen estado de conservación, aunque con manchas de humedad.
Guillotinado en el margen superior, aunque no afecta al texto. Restos
de tiras de cierre. [f. 1r] Copia de una carta de
Londres escrita por un sacerdote de los que andan trabajando en la
conversión de Inglaterra a un conocido suyo que está en el Seminario
de Sevilla, en que le da cuenta del estado presente de la religión
y de algunos martirios y otras cosas de edificación. Su fecha es a
8 de deciembre 1612 Recibí la de V.M., que fue de singular consuelo por traer tan buenas nuevas
de la salud de todos los amigos y conocidos en esas partes; muchos
años la gosen, pues tan bien la emplean.
Por acá andamos en mar alterada llena de borrascas y tempestades tan
furiosas, que las olas de la persecución se alcanzan las unas a las
otras y por momentos parece nos quieren tragar; andan de tal suerte
tras nosotros que por la mañana no sabemos adónde hacer noche, ni
cuando anochece adónde amanecer. Nunca ha habido tan grande aprieto
y cada día se puede [f. 1v] temer mayor, si Dios con su poderosa mano
no lo remedia, porque el rey ha cometido el cuidado principal de la
persecución a el falso obispo de Canturia
[3]
, hombre el más
cruel y sediento de sangre de católicos que hay en el reino. Él importuna
al rey que le dé licencia para ahorcar sacerdotes y estos días pasados
insistió mucho que se diese la muerte a un padre de la Compañía de
Jesús que sus espías habían prendido saliendo una mañana de casa del
embajador de España. Y se ofrece no dejar papista en Inglaterra, si
el rey le diere la licencia que él desea y pretende. Tiene tantas
espías y alguaciles en todo el reino que no hay lugar ni hora segura:
a media noche entran de mano armada en las casas de los católicos
buscando los más escondidos rincones; sacan de sus camas por fuerza
los caballeros, las señoras, las doncellas católicas; maltrátanlos,
y de las camas las llevan a los cárceles entre los facinerosos y ladrones.
No hay cosa más ordinaria que confiscar el rey las haciendas de los
católicos dándolas a escoseses y a otra
gente [f. 2r] baja que se las pide por miedo, cosa que los católicos
sienten más que la misma muerte, y con razón, pues siendo muchos dellos
caballeros y gente noble y rica se ven forzados a echarse a puertas
ajenas, sus haciendas perdidas, sus familias arruinadas, sus mujeres
y hijos sin remedio
[4]
. Y como si no
bastaran las leyes ya echadas contra los católicos con ser las más
apretadas y crueles que jamás en nación ninguna cristiana ni bárbara
se han hecho contra delincuentes ningunos, por enormes que hayan sido
sus delictos, están ahora de nuevo imaginando
y maquinando otras penalidades contra los que no recibieren sus comuniones,
que se casaren siendo católicos, que bautizaren sus hijos con sacerdote
católico y tuvieren criados católicos. Y pagando ya el marido católico
80 escudos al mes por no ir a los templos de los herejes, no contentos
con eso mandan ahora de nuevo echar en las cárceles públicas a las
señoras y matronas católicas, que fuera de lo que pagaban sus
maridos paguen también por sus personas otros 920 escudos al [f. 2v]
año por no ir a los templos de los herejes. Y a quien no tiene caudal
para pagar esta suma le quitan las tres partes de la hacienda, dejándole
la cuarta parte para sustentarse a sí, sus hijos y familia. Las cárceles en todo
el reino están llenas de católicos y aquí en Londres tanto que ya
no caben mas. En sola la cárcel de Nugate
hay 25 sacerdotes y casi otros tantos caballeros y señores principales,
todos encerrados en una sala pequeña adonde es fuerza estén ahogados
y consumidos con la estrechura y mal olor y otras incomodidades del
lugar
[5]
. En la misma cárcel ha
habido estos días presos y sacerdotes dese
Seminario de Sevilla
[6]
, pero ya murió
uno dellos consumido con las incomodidades
de la cárcel y los herejes le mandaron enterar en un muladar. Otros
dos han tenido comodidad para librarse y así no quedan más que 4 presos
al presente. A uno de los cuales mandó llamar ante sí el falso arzobispo
examinándole de muchas preguntas y él respondió a todas ellas con
mucha constancia y donaire, que las respuestas han sido famosas en
toda la ciudad. Pero sobre todo lo que
más nos aflije y da cuidado es el juramento
de fidelidad con que nos aprietan
[7]
, o [f. 3r] por
mejor dezir de infidelidad, porque, aunque
tiene algunas cosas lícitas, como es profesar la obediencia y fidelidad
al rey, otras hay ajenas de la verdad y pureza de nuestra santa fe
y contrarias a toda razón. Este juramento manda el rey que tomen todos
sus vasallos de Inglaterra, cometiendo la ejecución al de Cantuaria
y ordenando a los del Consejo del Estado que le asisten en ello, y
para poner más calor en el negocio el mismo rey ha ido varias vezes
en persona a los jueces antes de irse a sus distritos encargándoles
usen de todo rigor, no disimulando ni dejando pasar a nadie sin tomar
el dicho juramento. El que rehúsa de tomarlo por el mismo caso pierde
toda su hacienda y queda condenado a cárcel perpetua, como han quedado
y quedan muchos caballeros católicos por todo el reino
[8]
. Con las señoras principales
católicas se había disimulado algo hasta aquí, pero agora
manda el rey en adelante se proceda con sumo rigor contra todas, aunque
sean títulos y aunque sus maridos no sean católicos, cosa que hasta
aquí no se había usado. Algunas más flacas temen la cárcel, pero las
más se muestran tan constantes y varoniles que dicen [f. 3v] que no
han de consentir que sus maridos las rediman con dineros, que es lo
que el rey pretende, sino que se queren estar presas, como de hecho lo están muchas y muy nobles,
y si todas tuvieran esta resolución hicieran amainar esta gente que
anda sólo tras el dinero y nunca se harta de chupar las haciendas
de los católicos. Ésta es una breve suma
de nuestras miserias, que si a la larga se hubiesen de referir no
bastaren cartas ni aún volúmines para escribirlas,
y por lo poco que dellos he contado pueden
entender los que en estas partes se están ensayando para entrar en
esta batalla cuán grande caudal de virtud y espíritu sea menester
para una empresa tan ardua y dificultosa para hacer rostro a tan fuertes
y crueles enimigos como son los que por
acá han de hallar. [El niño de los milagros] Pero por que no piensen
que en medio de tan grandes afliciones se
discuida Dios de consolar y animar a los suyos con regalos
y favores celestiales, referiré en ésta brevemente alguna de las muchas
cosas que a este propósito se pudieren escribir, porque entiendo será
de mucho provecho para V.M. y [f. 4r] consuelo
a todos los conocidos el saberlas. Y en primer lugar cumpliré lo que
V.M. me ha mandado en otras suyas, es a
saber, que le enviase alguna relación de las cosas maravillosas que
Dios estos años ha obrado por medio del niño tan celebrado de los
milagros. Hasta ahora no sólo había podido hacer por no haber tenido
noticia cierta de sus cosas; ahora la tengo muy cierta y por medio
de personas fidedignas que conocieron y trataron al niño y a sus padres
y fueron testigos de vista de cuanto en ésta escribere,
y así no dejaré de cumplir con lo que V.M.
me manda. Es cosa muy notoria
en todo el reino de Inglaterra cuántas y cuán grandes maravillas ha
sido servido Dios nuestro señor de obrar por medio deste
niño, que es nacido de padres católicos y nobles en el mismo reino.
Su padre era hombre principal del condado de Notingamia,
llamado Nicolás Blundestonio, y la madre
doña Margarita Wiseman
[9]
. Dióles Dios a este hijo después de otros 6 hijos varones que
habían tenido sin hija ninguna. Nació el año de 1603, a 8 días de
septiembre. En el bauptismo diéronle
por nombre Juan, y el día que le baptizaron
repicaron [f. 4v] las
[10]
campanas en las
3 parroquias más cercanas todo el día, diciendo la gente que, pues
Dios había dado a los padres deste niño
7 hijos varones sin hija ninguna, a éste que era el séptimo había
que dar alguna gracia y don particular suyo. Esto se decía y creía
de muchos constantemente que desearon y procuraron tener la crianza
del niño, y aun ofrecieron a sus padres grandes sumas de dineros para
alcanzarlo. Los padres poco antes se habían convertido a la fe católica
y, aunque no hacían mucho caso de lo que otros se prometían del niño,
pero reparando en los dichos de tantos acudieron a Dios con sus oraciones,
y en especial la madre, rogándole ahincadamente que para su mayor
confirmación en la fe que muy poco antes había recibido se dignase
de dar a aquel niño alguna gracia y don suyo particular. Y Dios oyó
sus oraciones como se verá. Creciendo el niño Juan y teniendo año
y medio de edad, viviendo ya sus padres en la ciudad de Londres y
estando la madre y una dueña suya haciendo labor con un bufetico
delante junto a una ventana, una taza de vidrio de Venecia que él
estaba jugando con ella [f. 5r] la dejó caer en el bufete tres o 4
veces sin quebrarse. Viendo esto la madre, mandóle al ama quitarle la tasa de las manos; ella quiso sacársela
de las manos haciendo fuerza y diciéndole que la quebraría, pero el
niño la arrojó luego la ventana abajo y cayó encima de las piedras
y guijarros de la calle. La madre le riñó dándole algunos bufetoncillos
y diciendo que era mal muchacho y travieso, pues había quebrado la
tasa. Lloraba el niño y mirando a la calle señalaba con el dedo pronunciando
lo mejor que podía “Allí, allí”, con lo cual su hermano mayor que
estaba presente mirando a la calle vido
que la tasa no se había quebrado. La madre no lo creía que se la trujeron
entera y sana. Después de haber pasado este caso y algunos otros que
a los padres del niño y a cuantos los supieron parecían más que ordinarios,
diose noticia de todo a algunos sacerdotes católicos y ellos,
examinada la verdad, los tuvieron por milagrosos, y lo de la tasa
comparaban algunos con aquel insigne milagro del glorioso San Benito
cuando mandó al dispensero echar una redoma
de vidrio desde una ventana alta encima de las peñas y no se quebró
[11]
. Por este tiempo
le nació a la madre [f. 5v] del niño uno como cáncer en la mano y,
no obstante muchos remedios y diligencias que usó para curarse, fue
el mal creciendo de manera que in cinco meses se apoderó de toda la
mano con muy agudos dolores, y ya parecía no quedar otro remedio sino
curtarse la mano, por que el cáncer no fuese
poco a poco cundiendo por todo el cuerpo. Estando la buena señora
en esta aflición y cuidado, entró un día en su casa cierto caballero
deudo suyo, y estando en conversación le dijo que cómo tenía la mano
de aquella manera teniendo el doctor en casa, que así siempre solía
llamar a el niño Juan. La señora, de probar todos los remedios después
de haber salido el caballero, llamó a el niño, que entonces tenía
dos años de edad menos un mes, y le mandó decir en nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo. No hubo remedio de hacerle aprender
[12]
las dichas palabras
en lingua inglesa hasta que la madre mandó
al hijo mayor enseñárselas en latín y entonces las tomó luego, y tomadas
las dijo haciendo la señal de la cruz
[13]
sobre la mano
encancerada de su madre. Y con no saber pronunciarlas aún distintamente,
al cabo de las dichas palabras él mismo de suyo añadió “Amén, Amén,
plega Dios”; y después de haberlo
[14]
hecho cuatro
o cinco días quedó la mano [f. 6r] de su madre tan buena y sana como
si jamás hubiera tenido nada. Una doncella católica,
hija de un letrado, desde su niñez fue fatigada con tantos y tan continuos
dolores que muchas veces la dejaban casi sin sentido. Gastó su padre
mucho dinero en curarla, pero últimamente, viendo los médicos y cirujanos
que sus remedios no aprovechaban, antes iba cada día creciendo el
mal. Resolvieron que era necesario curtarla
la pierna. La doncella, temiendo aquel martirio, respondió con resolución
a su padre y los doctores que se ponía en las manos de Dios para que
su divina majestad hiciese della lo que fuese servido, pero que jamás consentiría que
le cortasen la pierna. Con esto los doctores la dejaron y, veniendo
a casa de su padre un sacerdote católico que tenía noticia de algunas
cosas que había hecho el niño Juan, hízola
llevar allá. Al principio no quiso tocar la pierna de la doncella
(piénsase por estar tan asquerosa), pero
al fin lo hizo y, después de haber puesto la mano y benedecido
con la señal de la cruz por algunos días, quedó perfectamente sana
y buena. Una mujer pobre de la
provincia de Norfolcia perdió la vista y
después de haber estado ciega por espacio de un año y medio vino a
Londres a curarse. [f. 6v] Gastó en la cura todo cuanto tenía y sin
provecho; tuvo noticia deste niño, que entonces tenía 3 años de edad, fue allá y
dentro de media hora que hubo puesto
[15]
la mano y hecho
la señal de la cruz sobre los ojos de la mujer cobró la vista muy
clara y distintamente como si jamás hubiera tenido defecto alguno. Un hombre pobre trabajador
llamado Juan Coale, vicino
de la calle de San Juan en Londres, cayendo de una escalera se quebró
el brazo derecho y atormentó todo el lado, de manera que todos entendían
quedara tullido. Pero, acudiendo a el niño, él le toco el brazo rezando
sus oraciones y haciendo el señal de la cruz
y luego quedó perfectamente sano y sin lesión alguna. De la misma manera sanó
otra moza de servicio, que de una caída se había quebrado el brazo,
y después de haber estado manca un año entero
pensaba irse a vivir al hospital, por haber gastado todo cuanto tenía
en la cura y no hallar remedio. Una mujer casada llamada
N. Hoson, vecina de Holborne,
había estado tullida de pies y piernas por espacio de 7 años, y, después
de haber probado todos los remedios que cirujanos, nigrománticos y
hechiseros le supieron dar, no halló mejoría ninguna, antes
fue creciendo el mal tanto que de puro dolor no sufría llegar los
pies al suelo. Y desta manera la trujeron
al niño, [f. 7r] y
[16]
en tocándola
ella dio un grito muy grande con el agudeza del dolor que sentía,
pero luego cesó el dolor y ella anduvo por la sala como si nunca hubiera
estado tullida, y quedó y está hasta el día de hoy perfectamente sana. Un criado del conde
de Salopia
[17]
había estado
cojo por espacio de 16 años, sin poder estender
la pierna ni poder llegar al suelo más de los dedos del pie; tocóle
el niño Juan rezando y haciendo la señal de la cruz, como solía, y
la tercera vez quedó bueno y sano. Un niño de 9 meses,
estando una noche estando una noche en la cuna dispierto,
cayóle polvo en los ojos y para sacarlo
hizo tanta fuerza la madre que le torció un ojo y perdió
la vista dél. No bastaron para curarle
muchos remedios que se le hicieron, hasta que la madre, teniendo noticia
del niño Juan, envió allá el ama con su hijo en los brazos; y, aunque
él solía llorar y gritar todas las veces que le tocaron a el ojo,
pero llegando a Juan se estuvo muy quieto, dejándole soplar en él,
tocar y hacer cuanto quiso, y antes de partirse de aquel lugar cobró
perfectamente la vista. Por evitar prolijidad,
dejo de referir en particular las curas milagrosas que hizo este niño
de perláticos
[18]
, de ciegos, de
sordos, de cojos, de contrechos, de gotosos de [f. 7v] gota coral,
de cuartenarios y otras enfermedades de 3, de 9, de 11,
de 16, de 20 y de 22 años y más. Curó muchos lamparones
[19]
, postemas peligrosas,
llagas y secas pestilentes, corintos de ojos, dolores muy agudos y
de muchos años de cabeza, de pecho, de brazos, de piernas, que ningunas
medicinas ni remedios humanos habían podido curarse. Curó muchos niños,
de los cuales unos habían nacidos ciegos, otros mudos, otros tullidos,
y otros con otros defectos; y en espacio de 24 días sanó de varias
enfermedades a más de quinientos y 60 personas, y de sólo los cojos
y tullidos que en este tiempo curó quedaron en casa con sus padres
once pies de palo y 37 muletas, las cuales la madre guardaba en el
oratorio. El
[20]
modo que tenía
en hacer las dichas curas era hacer la señal de la santa cruz y decir
“In nomine Patrii et Filii
et Spiritus Sancti, Amen. Deus in adiutorium
meum intende. Domine ad adiuvandum me festina.
Domine exaudi orationem
meam et clamor meus
ad te veniat”
[21]
, y luego añadía
in lingua inglesa “Dios os bendiga y sane;
amén, amén; plega a Dios”.
[22]
Y esto repetía
3 veces en honra de la Santísima Trinidad, haciendo juntamente la
señal de la cruz. Al principio se fueron tomando por fe y testimonio
con todas las circunstancias de las personas y enfer[f. 8r]medades, hasta crecer tanto
el número dellas y el concurso de los que
acudían que no fue posible proseguirse. Acaecía algunos días amanecer
a la puerta de la casa deste niño más de
400 personas y otros más que 500 buscando remedios para sus enfermeddes
y otros movidos de deseo y curiosidad de ver lo que pasaba. Unos ofrecían
grandes sumas de dineros a los padres del niño, otros al mismo niño
traían dones y presentes, pero ni él [sic] admitieron
jamás cosa alguna, diciendo no era justo vender aquel don de Dios,
sino repartirse liberalmente a todos, así como Dios liberalmente se
lo había dado al niño. Con este concurso de gente se fue divulgando
tanto la fama del niño y de los milagros que hacía que los predicadores
herejes, sabiendo que sus padres eran católicos y que el niño curaba
con la señal de la santa cruz, que ellos aborrecen, y que las oraciones
que decía eran en latín (cosa que los de su secta no usan, sino antes
las tienen por señal cierta de ser uno católico), comenzaron en sus
sermones a predicar contra él y contra sus padres en los sermones
que hacían en la cruz de sant Pablo de Londres,
que es el puesto más famoso del reino, diciendo unos que el niño y
sus padres eran nigrománticos y hechiseros, otros que las enfermedades que curaba no [f. 8v]
eran verdaderas, sino fingidas y aparentes, y otros que el niño curaba
en virtud del demonio. Aconteció estar un día
presente a un sermón desto una señora llamada
Anna Foresta, a quien el niño había curado y que conocía bien
a sus padres. Esta señora, oyendo decir tantas afrentas y mentiras
contra el niño y sus padres y sabiendo de cierto que eran mentiras,
dijo que si la religión de predicador es como su sermón, todo ella
es mentira y que no pensaba siguirla más,
y así, tocada de Dios, luego se convertía a la fe católica con mucho
dolor de la vida pasada. Estando ya este negocio
tan público, los comisarios supremos, que son como inquisidores contra
los católicos, quisieron averiguar si era verdad lo que deste
niño se decía, y entre otros milagros que el niño Juan hizo fue restituir
la vista a un viejo de 53 años de edad. Éste había sido criado de
la reina pasada
[23]
, y, porque había
perdido la vista estando en su servicio y él gastado todo cuanto tenía
en curarse, sin hallar remedio, la reina le dió
ración por todos los días de su vida. Y por ser el hombre muy conocido
en Londres sonó mucho este milagro y así los comisarios, antes de
hacer otras averiguaciones, le llamaron in se[f. 9r]creto,
haciéndole muchas preguntas y diciéndole que no había estado ciego
de veras sino fingido estarlo. Él respondió constantemente que había
estado ciego de veras por espacio de 22 años, desde el año de 1585
hasta el de 1607, y trujo testigos abonados que en otro tiempo lo
habían conocido y tratado. Y, ya que los comisarios no podían probar
que se había fingido ciego, quisieron probar si agora
fingía que tenía vista; y para hacer la experiencia hicieron traer
allí delante aves y peces de varias especies y formas, los cuales
él fue nombrando luego cada cosa por su nombre con gran admiración
de los presentes. Con esto le dispidieron,
pero ordinaron que no se le diese en adelante
más ración. Los comisarios, mientras
estaban examinando a este hombre, habían enviado con un alguacil a
llamar el padre del niño, el cual no se halló en casa; pero, en veniendo luego, acudió al obispo de Londres a ver lo que su
señoría le mandaba. Preguntóle el obispo
su nombre y él se lo dijo, y adónde vivía. Preguntóle
el obispo si el niño hacía las curas que dicían.
Respondió que a esa pregunta podían satisfacer mejor los que habían
sido curados y su mujer, que había asistido siempre en casa y sabía
lo particular de todo. Preguntóle de qué
religión era, añadiendo que creía y confesaba la santa fe católica
romana. Con esto le dispidió el obispo, mandándole [f. 9v] que el día siguiente
por la mañana volviese y trujese consigo
a su mujer y al niño y algunos de los nombres que habían sido curados.
Hísolo ansí. En
lugar de los nombres trujo consigo algunas de las personas que habían
sido curadas por el niño, uno de los cuales había sido tullido de
los brazos y agora traía el niño en ellas.
Pareció por ante el obispo y comisarios la madre del niño, a la cual
ellos hicieron varias preguntas, y en particular si era papista como
su marido, si sabía que aquel niño, su hijo, había curado algunos
enfermos, y si ella juraría que las enfermedades eran verdaderas y
no fingidas. A la primera pregunta dijo la señora que ella creía y
abrazaba la misma fe que su marido. A la 2a, que sabía
de cierto que el niño había sanado a varios enfermos. Y a la 3a,
que se juraría que su mal había sido verdadero y no fingido; que lo
juraría pero que no tenía obligación de jurar por los otros. Con esto
la dispidieron y mandaron entrar 4 de las
personas que había curado el niño. Una de ellas era una mujer que
había estado surda cinco años. Preguntó
el obispo qué palabras había dicho el niño cuando la curó. Ella respondió
que no oyó ninguna de las que dijo por estar entonces surda.
¿Por qué frecuentaba las iglesias no pudiendo entender al predicador?.
Respondió ella que había estado tan surda
que aun poniéndose junta [f. 10r] al mismo púlpito no entendía, ni
oía palabra de cuantas decía el predicador, pero que no había dejado
de ir a la iglesia, temiendo no la descomulgasen, como lo suelen hazer
con los católicos que no van a ella. Instaron los demás comisarios
que ella no había estado sorda, o, si lo había estado, no el niño,
sino el demonio la había sanado. Replicó ella que sorda había estado,
y decir que el demonio la había curado no llevaba camino, pues jamás
se había dicho, ni oído que el demonio hacía bien a nadie, sino antes
todo cuanto mal podía. Con esto la dejaron y se volvieron a los 3,
examinándoles si los padres del niño habían admitido algún dinero.
Respondieron que no. Muchas otras preguntas les hicieron que por brevidad dejo de referir. En suma, todos protestaron como
sus enfermedades habían sido ciertas y graves y de muchos años, y
para certificación desto sacaron los papeles
y testimonios que para el propósito traían consigo, firmados de sus
vecinos que los habían tratado y conocido en el tiempo de sus enfermedades,
añadiendo algunos que su señoría no tenía de sospechar en favor de
los papistas, pues no lo eran, sino protestantes, de la misma religión
que el rey y su señoría. Con esto los dispidieron a todos para aquella vez, mandándolos volver el
día siguiente. Hicieronlo así, y el por
[f. 10v] qué llamaron fue [que] el niño Juan solo, sin sus padres,
entró, y le preguntaron de qué religión era. El niño respondió que
creía y abrazaba aquella fe de que dijo Sant
Pablo a los romanos “Nuestra fe es predicada por todo el mundo”, la
cual respuesta fue de grande admiración para todos y de especial consuelo
para los católicos, pareciéndoles que no había hablado el niño, sino
Dios en él. A lo 2o le preguntaron si quería ir a sus iglesias.
Respondió que no quería ir. Lo 3o le preguntaron qué palabras
y oraciones dicía cuando curaba. Respondió
que no las quería decir. Luego mandaron entrar a sus padres y les
hicieron la misma pregunta. Respondió el padre que las oraciones que
el niño decía eran In nomine Patris et
Filii et Spiritus
Sancti, Amen. Deus in adiutorium meum intende, etc., como arriba
se ha dicho. Preguntaron que por qué se habían enseñado en latín.
Respondió porque no hubo remedio de quererlas aprender en inglés,
sino que en llegando a decir “En nombre del Padre” luego paraba, diciendo
“¿Adónde está padre?”, si estaba ausente, y, si estaba presente, decía
“Ahí está padre”, sin querer jamás pasar adelante, hasta que se las
enseñaron en latín. Es de saber que los ingleses tienen todas sus preces en lengua vulgar,
y no pueden ver que nadie recen en latín, pareciéndoles que es cosa
de católicos, [f. 11r] y por eso tienen especial ojeriza contra el
niño, porque decía aquellas oraciones en latín cuando curaba, y esto
mismo fue de particular consuelo para los católicos, que tienen por
acto especial de devoción el aprender las oraciones en latín
por apartarse más de los herejes. Preguntáronle más por qué habían enseñado
al niño a decir In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti, que son palabras propias del baptismo. Respondió que porque fueron las primeras palabras
que sus padres (aunque católicos) le habían enseñado a él cuando era
niño, y las mismas debían de aprender sus señorías de sus padres.
Luego le apretaron diciendo que era nigromántico, y su mujer hechisera
y el niño Anticristo o hijo del diablo. A esto respondieron entrambos
con indignación que les hacían agravio, y que si dellos
probaban cosa que no fuese de gente muy honrada hiciesen en ellos
cualquier castigo ejemplar. Con esto los apartaron y llamaron al hijo
mayor y le preguntaron si él había sido testigo de vista de algunas
de las cosas que había hecho su hermano. Respondió que de muchas,
y que de algunas podían ser argumento las muletas y pies de palo que
habían quedado en casa de sus padres. Preguntáronle qué ganancias habían tenido sus padres y él
destas curas. Respondióles que lo
que habían sacado y gran[f. 11v]jeado
era que como acudían a su casa muchísimos enfermos, mientras aguardaban,
no puediendo llegar al niño por razón de la muchidumbre, él repartíe entre ellos
todo el dinero que traía para
remediar sus necesidades, y que a vuelta de los enfermos entraron
a veces ladrones que hurtaron tasas de plata y otras cosas de la casa,
y que esto era lo que habían ganado sus padres y él de las curas,
y no otra cosa. Dijeron [sic]. Luego llamaron algunos que habían sido curados
por el niño. Entró uno que había tenido gota coral por espacio de
15 años
[24]
. Preguntáronle si él sabía de cierto que el niño le había curado.
Respondió que el niño, ayudado de Dios. Dijéronle
que los padres del niño eran hechiseros
y que las oraciones que habían enseñado al niño eran hecheserías.
Respondió que a él no le tocaba examinar nada deso,
pero que cuanto él había entendido de las oraciones era muy bueno,
como Dios os bendiga y os sane, amén, amén, plega
a Dios. Luego llamaron a una mujer que había estado tullida 7
años y le dijeron que el demonio la había sanado. Ella respondió que
si el demonio la podiera haber sanado no estuviera por sanar cuando la sanó
el niño, y que suplicaba a sus señorías [f. 12r] le hiciesen merced
de decir adónde habían leído que el demonio había hecho bien alguno.
Replicaron mandándola decir si alguna vez había estado con los ministros
del diábolo para buscar remedio de su mal. Respondió: “He estado con
fulano y fulana, personas que han sido acusadas y traídas ante vuestra
señoría por hechiseros, y me espanto si
permitan semejantes personas en la república, y se hacen tantas diligencias
contra un niño que a nadie hace mal y a muchísimos bien”. Luego fueron
llamados los demás, preguntándoles si eran de aquella compañía infernal
y diciendo las otras palabras afrentosas, pero todos ellos testificaron
la verdad, sacando cada uno su papel, que todos traían firmados de
sus vicinos, que los habían conocido enfermos y luego sanos. Después desto otras ocho veces llamaron al padre del niño, y entre
otras cosas le preguntaron si creía que las curas que hacía su hijo
eran verdaderos milagros. Respondió que por cuanto él no alcanzaba
causa natural dellos, entendía que eran verdaderos milagros. Preguntáronle adónde había leído en la Sagrada Escritura
que hubiese milagros en estos tiempos, que ya los milagros habían
acabado y cesado muchos años ha. Respondió que deseaba él que su señoría
diese algún lugar de la Escritura donde dijese que los milagros
habían cesado en nuestro tiempo, y juntamente [f.12v] alegó algunos
lugares para probar que los milagros no habían cesado en la iglesia
católica. Replicaron que a lo menos era mucho que un niño de 3 años
fuese más privilegiado que Cristo, de quien no se lee que hizo milagros
hasta los 30 años de su edad. Respondió él diciendo: “Suplico a vuestra
señoría me perdone, milagro fue el nacer Cristo de madre virgin, y el guiar los reyes al pesebre por medio de una estrella,
y toda su niñez santísima está llena de milagros”. Y, mientras estaban
desta manera argüendo
con él, enviaron unos alguaciles a su casa para sacar della
todos los pies y muletas que habían quedado y los testimonios auténticos
que habían tomado de muchos enfermos que se habían curado y sanado
por medio del niño Juan. Ellos se quedaron con los papeles, y las
muletas y pies de palo mandaron quemar en una hoguera que de propósito
se hizo para ello. Mientras pasaban estas
cosas, los predicadores herejes en los púlpitos hacían invectivas
contra el niño y sus padres, tanto que el padre, sintiéndose muy agraviado,
se fue a quejar al obispo de Londres. Él se excusó diciendo que él
no lo había sabido, pero que le hacía saber que tenía orden del rey
para enviar por su hijo y tenerlo consigo algunos días para poder
certificar a su majestad si eran verdaderas las curas que hacía o no. Fue el niño a en casa
del [f. 13r] obispo y con él otra mujer que envió la madre. Persuadió
el obispo con buenas palabras y dineros dijese no había estado ciega,
sino veía antes de ir al niño como después. Hízolo
ella así, pero Dios la castigó volviéndola a quitar la vista, y así
quedó ciega. Luego que el obispo tuvo el niño recluso en su casa,
fueron allá muchísimos enfermos de varias enfermedades, pobres y ricos,
echando maldiciones al obispo y rogando a Dios le hiriese con algunas
enfermedades que tenían, pues les había quitado el niño que Dios les
había enviado para su remedio. Y parece que Dios les oyó, como luego
se verá. El niño, cuando entró en casa del obispo, traía una melena
larga; y pensando el obispo que su virtud estaba en los cabellos,
como la fortaleza de Sansón, mandóle cortar
la melena. Pero no por eso quitó la virtud, porque poco después llegaron
dos de la guarda del rey, el uno fatigado de la gota y el otro de
la ceática
[25]
. Venían con licencia
del rey, y el niño, puniéndoles las manos y haciendo la señal de santa
cruz, luego los sanó. Lo cual, sabido por el obispo, mandó que no
se hablase dello, porque no redundase en deshonra suya. Llegóse también otro día un ministro o cura hereje a jugar
y hacer burla del niño, diciendo: “A mí me ahorquen si tú me puedes
curar de un dolor grande de pecho que [f. 13v] traigo muchos días
ha”. Respondióle el niño: “Desabróchese
vuestra merced el jubón”. Hízolo el cura,
y habiéndole el niño puesto las manos, hallóse
luego sano y comenzó a jurar por Dios: “No siento dolor ninguno, y
si es verdad todo lo que de ti si cuenta, nuestra religión es falsa
y mentirosa”. Habiendo ya estado el niño algunos días en casa del obispo, fue allá
la madre con deseo de cobrar a su hijo, y llevó consigo a un hermano
suyo y sus otros 6 hijos, todos vestidos de una librea para con su
vista mover más al obispo. Hizieron su petición
todos, pidiendo el tío a su sobrino, los hijos a su hermano y la madre
a su hijo. Respondió el obispo: “Ojalá nunca hubiera entrado este
niño en mi casa, porque aquí han venido a mis puertas dos enfermos,
echándome mil maldiciones y rogando a Dios me hiriese con sus enfermedades,
y parece que en parte los ha oído, porque desde que él entró en mi
casa no he tenido un día de salud.” Éste respondió el obispo persuadendo juntamente a la madre diese petición al rey para
que se la volviese su hijo, porque deseaba ya verse libre dél. Con esta respuesta se fueron todos y la señora envió
los sus hijos a casa derechos, yendo ella a un negotio
con su hijo. Luego que entraron los hijos en casa, llegó un alguacil
diciendo que el arzobispo de Cantuaria enviaba
a llamar al mayor dellos con su padre y
madre. Y, como la señora no estuviese en casa, fueron el padre [f.
14r] y el hijo mayor. Y en llegando a la casa del arzobispo, los envió
ambos a la cárcel. Esta nueva, por una parte, fue de grande pena para
la buena señora, aunque, por otra, Dios la consoló con la conversión
de su hijo mayor, al cual, aunque había tratado y conversado antes
con muchos sacerdotes católicos, nunca le habían podido reducir a
la fe hasta entrar en la cárcel con su padre. Y entonces Dios le tocó
el corazón y sin otras persuasiones se hizo luego católico. Después que el niño
hubo estado 12 semanas en casa del obispo de Londres, murió el obispo.
Todos concuerdan y fue público que tuvo muy mala muerte, pero según
refiere el niño estuvo presente [sic], murió ciego, tullido,
mudo y cargado de tantas enfermedades que bien parece oyó Dios las
oraciones de los pobres. Los criados del obispo llamaron al niño para
ponerle las manos y le maltrataban, amenazándole con azotes si no
lo hacía, pero jamás podían acabar con él. Y así el obispo murió miserablemente,
con un olor pestilential que en el aposento
no se podía sufrir, y con una escuridad
tan grande que no se veían los unos a los otros. Esto es lo que refiere
el niño y aun después de vuelto a casa de sus padres la madre, deseosa
de sacarle la verdad y de ver si encarecía algo, le ha amenazado con
azotes muchas veces, tomando por acá que hablaba mal del obispo; con
todo esto nunca le ha podido sacar de la verdad y otra respuesta que
ésta: “En verdad madre [f. 14v] que vuestra merced me puede mandar
azotar si fuere servida, pero la verdad es lo que cuento”. Muerto
ya el obispo, el niño fue entregado al arzobispo de Cantuaria y él le encomendó a un capellán suyo, que le tuvo
muy guardado de modo que nadie podía llegar a hablarle. Después que su padre
y hermano mayor hubieron estado 3 semanas presos soltáronlos,
aunque por ser el padre católico ya declarado le confiscaron toda
la hacienda, que fue de 5.400 ducados de renta, dándola el rey a un
escocés, como lo suele
hacer con las haciendas de los católicos. Libre ya el padre de la
cárcel, aunque sin hacienda, comenzó a negociar la libertad de su
hijo el niño, y al fin la alcanzó, aunque con dificultad, y obligóse
a dar
[26]
dos géneros de
fiadores, como los dió. Los unos dieron
fiansas de 7.000 libras, que son mas de 25.000 ducados, que
el niño no ha de salir de Inglaterra, porque temen los herejes no
le envíe su padre a los seminarios a estudiar y hacerse sacerdote.
Los otros fiadores se obligaron en 4.000 libras, que son más que 24.000
ducados, que el niño en adelante no ponga las manos ni cure a nadie.
Pero, no obstante estas obligaciones y diligencias, después acá ha
restituido la vista a una mujer ciega de 9 años, ha sanado a un niño
católico y hecho varias otras curas. Y últimamente este año 1612 por
[27]
de Espíritu Santo,
estando [f. 15r] en casa de un caballero católico lejos de Londres,
volvió del seminario inglés de Saint Omer
en Flandes un hijo del dicho caballero que allí estudiaba y de un
corrimiento había perdido la vista, y Dios por medio del niño se la
restituó
[28]
. Ésta es, breve, la relación
de las cosas maravillosas que Dios ha sido servido de obrar por este
niño por la señal de la santa cruz, cosa que ha sido de singolar
consuelo para los católicos y no de menos confusión para los herejes.
Tiene al presente 9 años y medio de edad, y es de vivo y dispierto
ingenio; aprende con facilidad lo que se le enseña y todos sus deseos
son de ser sacerdote. Esta relación la he leído yo y la tengo en mi
poder muy a la larga y, aunque bien creo gustar V.M.
de leerla por extenso como ella está, pero por no exceder los límites
de una carta, y también por que haya lugar de escribirle a V.M.
algunos mártires y otras cosas de edificación que por acá han sucedido,
después que escribí a V.M. la postrera vez,
y no son de menos gusto que las del niño, me ha sido forzoso abreviar
las unas y las otras. Por ventura habrá tenido V.M.
más larga relación ya destos martires por vía de otros
amigos, pero no por eso dejaré yo de cumplir con mi obligación y deseo
de servir a V.M. Siete mártires ha habido
en estas partes después que escribí a V.M.:
2 de los monjes de la orden de S. Benito; 5 sacerdotes de los seminarios.
Déstos 2 pade[f. 15v]cieron en Herefordia y Ojonia
[29]
, lejos de Londres,
y así no han venido a mi noticia las particularidades de sus martirios
para escribirlas. Sólo en general he sabido que a
el de Herefordia le dieron una muerte
muy cruel. El verdugo no estaba muy ejercitado en el oficio y, así,
en abrirle y sacar el corazón tardó tanto y le trató con tanta crueldad,
que toda la gente movida de compasión dio gritos diciendo “Acaba,
acaba de despenarle”, y así con una muerte muy penosa y prolongada
dio su bendita alma al señor. El de Ojonia hizo mucho provecho en aquella ciudad mientras estuvo
preso, y aun poco antes de su martirio convertió
a la fe católica un ladrón famoso que por delicto
y por medio del mártir Dios se la dio muy buena, pues murió confesando
constantemente la fe y con grandes esperanzas de su salvación. Los otros cinco mártires
padecieron en Londres, y desos por haberme
hallado presente a sus martirios quiero brevemente referir algunas
cosas particulares. Dos dellos padecieron
habrá un año poco más o menos: es a saber, N. Wilsono,
sacerdote del seminario de Duay
[30]
, y el padre Roberto,
monje Benito
[31]
. Y este postrero
en tiempo de la peste acudió a los heridos con grande cuidado y caridad
y convertió a más de 400 personas, y sin
recelo de la contagión que se le podía pegar
[32]
los confesó y
los sacramentó con mucha devoción suya y edificación de los católicos.
Estos dos siervos de Dios, luego [f. 16r] que vinieron a manos de
los herejes, fueron echados en la cárcel de Newgate
y después de un mes fue dada sentencia de muerte contra ellos. Llegando
el día de su martirio, fueron sacados en unos zarzos de mimbres y
arrastrados en ellos desde la cárcel hasta Tibiornio
[33]
, que es más de
media legua. Fue extraordinario el concurso de gente que acudió a
verles martirizar, y por el camino, como los iban arrastrando, muchos
católicos, hombres y mujeres, sin temor de la justicia se
[34]
hincaron de rodilas, pidiéndoles su
[35]
benedición y rogándoles que en el cielo acordasen de intercedir por ellos, cosa que no dejó de poner espanto y
confusión a los herejes. Llegados al lugar del suplicio y subidos
en el carro, comenzó el padre Roberto, habida licencia, a hablar desta
manera al pueblo: “Aquí hemos llegado, señores, para dar fin a esta mortal y miserable
vida. Hannos condenado porque siendo sacerdotes
volvemos a este reino, lo cual se hizo crimen laesae
maiestatis, mártires en el año, si no
me engaño, 20
[36]
del reinado de
Isabel. Otra ofensa que no la hemos cometido y así morimos por la
religión y por aquella religión que trajo a estos reinos san Agustín,
apóstol dellos, cuando los convertió de
la idolatría a la religión cristiana. La que él profesó, hemos profesado,
y la que él predicó, hemos predicado. Él convertió
Inglaterra de la infidelidad y nosotros [f. 16v] deseábamos convertirla
de la herejía. Esta misma respuesta ante los señores. Por ésta pronunciaron
sentencia de muerte contra mí. Esta misma profeso públicamente agora
aquí, y por ella ofréscome de muy buena
gana a la muerte.” Acabadas estas palabras, comenzó el otro sacerdote a hablar desta manera: “Mi compañero os ha declarado la causa de nuestra
muerte, y así yo tengo poco que deciros. Sólo os quiero avisar que
fuera de la iglesia romana no se puede nadie salvar”. Y estas palabras
las repetieron ambos en alta voz. Prosiguiendo el sacerdote, alegó
aquellas palabras del apóstol a los de Corinto: “Omnes
nos manifestari oportet
ante tribunal Christi”, y comenzó a
declararlas, de lo cual se causó una alteración entre los ministros
de la justicia que estaban presentes. Unos decían que no se les había
de permitir hablar tanto y engañar al pueblo, y otros que no decían
cosa mala y que bien podían hablar lo que quisiesen, como no fuese
contra el rey. A lo cual dijo el sacerdote: “Yo no hablo contra el rey, antes ruego a
[37]
nuestro Señor
le prospere a él, a la reina, al príncipe su hijo, a los consejeros
y a todos sus vasallos. No es el rey causa de nuestra muerte, no,
porque de suyo es príncipe misericordioso. La herejía es causa de
nuestra muerte, y no otro.” Luego los dos mártires rezaron un poco y se hablaron entre sí, y como
pudieron con [f. 17r] los brazos atados se abrazaron ternís[im]amente y se despidieron del pueblo, y acabaron su dichosa
carrera felicísimamente y con grande constancia, dejándonos envidiosos
de su dichosa muerte. Otros dos, es a saber
el padre Guilelmo Scoto,
monje benito, y Richardo Newporte,
sacerdote del Seminario Inglés de Roma
[38]
, fueron martirizados
a 10 de junio del año pasado de 1612. Sacáronles
a juicio ante el obispo, el corregidor, la justicia mayor del reino
y otros muchos jueces, en presencia de mucho pueblo, a ocho días del
mismo mes. Leiron al monje benito su acusación, que no contenía otra
cosa más de que era sacerdote y había vuelto a Inglaterra contra las
leyes del reino. En cuanto sacerdote dijo que ni lo confesaba, ni
lo negaba, sino que quería ver cómo lo probaban. Replicaron los jueces
que el no negarlo era lo mismo que confesarlo, pero que también que
había evidencia dello, porque cuando a petición
del embajador de Saboya fueron libertados algunos sacerdotes de los
que estaban presos, él como uno dellos había
aceptado la libertad y destierro. “Verdad es que el embajador de Saboya
[39]
, sin pidirlo yo, me hizo merced de procurar mi libertad, pero yo
no la acepté como sacerdote, sino como católico que estaba preso por
su fe, como los hay tantos en las cárceles; y, aunque salí de Inglaterra
con su señoría, pero ni fue desterrado, ni me obligué yo, ni otro
alguno se [f. 17v] obligó por mí de que no había de volver más a este
reino”. Apretóle el obispo de Londres diciendo
que cuando le prendieron en el río Támesis
había echado al agua una talega que después fue sacada por un pescador,
y que entre otras cosas se había hallado en ella una faculdad
para decir misa. Respondió que, no teniendo su nombre la faculdad,
no hacía evidencia ninguna contra él, y así bien podía su señoría
volver la probanza a la talega de donde la había sacado. Apretándole
todavía más el obispo, dijo que pues tanto le apretaba, deseaba saber
si su señoría también era sacerdote, ni tampoco obispo. Declaróse
el obispo que no había querido decir que no era sacerdote, sino que
no era sacerdote papista, sacrificante de los que dicen misa. Dijo
el mártir: “No hay sacerdote ni sacrificio, ni en la ley evangélica hay otro sacrificio
que el de la misa, y así el que no la dice no ofrece sacrificio ninguno,
ni es sacerdote, ni puede ser obispo.” Al fin no pudiendo sacar otra respuesta resolvieron con todo eso de proceder
contra él comitiendo su causa, según la
costumbre, a 12 jurados, que declarasen si era digno de muerte o no.
Lo cual visto por el mártir dijo: “Maravíllome mucho que un negotio tan grave y de muerte lo quiera vuestra señoría poner
en manos de unos hombres ignorantes y idiotas como lo son esos
12
[40]
que ahí están,
que ni saben qué cosa es sacerdote, ni si es hombre, ni si no es.”
Y luego volviéndose a los 12 jurados dijo le pesaba mucho [f. 18 r] que
ellos habían de tener parte en su muerte y, pues que no había otra
cosa contra él, más que presunciones, y ellos estaban obligados según
lo alegado y probado a jusgar, les encargaba
mucho que para seguridad de sus consiencias
mirasen bien lo que hacían, porque Dios había de pidirles
estrecha cuenta de su sangre, siendo ellos causa que se derramase
injustamente. Con esto apartaron los 12 y luego volvieron dándole
por reo y digno de muerte. Se hincó de rodillas y dijo: “Gracias sean dadas a Dios. Esta nueva para mí es la más alegre y gososa que en toda mi vida he tenido”. Y luego, levantado al pueblo, dijo y añadió: “Señores, hágoos saber que soy sacerdote. La
causa por que hasta este punto yo no he querido confesar que soy sacerdote
ha sido por dejar correr las leyes su curso ordinario, y porque deseaba
ver si por solas presunciones, sin probanza, sin testigo, sin acusador
ninguno procedían contra mí. Y ya que lo he visto, confieso para honra
y gloria de Dios y de todos los cortesanos del cielo que yo, aunque
indigno, soy sacerdote católico romano y religioso de la orden del
glorioso san Benito. Otra cosa alguna más que ésta no sé ha alegada
contra mí, y así os ruego y pido a todos me seáis testigos que de
sólo ser sacerdote fui acusado y sólo por serlo soy condenado a muerte”. El otro su compañero
sacerdote era hombre de grande fervor y espíritu, a quien los herejes
habían ya antes preso y desterrado dos veces del reino, y otras tantas
había [f. 18v] él vuelto con deseo
del martirio. Preso la 3a vez, estuvo en la cárcel 7 meses
armándose con oración y otros ejercicios de virtud para la pelea que
le estaba aguardando. Por ser ya tarde no quisieron los jueces comenzar
su examen aquella noche, y así por entonces les volvieron entrambos
a la cárcel. La mañana siguiente le sacaron a él solo. Leída su acusación,
confesó de plano que era sacerdote y que había sido 2 veces desterrado
de Inglaterra sólo por serlo, y otras tantas había vuelto a ella,
añadiendo que no por eso era traidor al rey, ni al reino como en su
acusación se contenía. Replicó uno de los jueces que el haber vuelto
a Inglaterra era crimen de traición. Respondió el mártir: “No sé si es traición por las leyes nuevas de Inglaterra, bien según
las leyes de Dios no lo es, ni lo puede ser. Las leyes nuevas deste reino son hechas a contemplación de la nueva fe y la
religión que en él se profesa, y no pueden tener fuerza contra la
ley de Dios ni contra la potestad que dio Cristo a sus sacerdotes
cuando les dijo Euntes in mundum universum, praedicate evangelium omnes creaturas. Yo soy vasallo del rey de Inglaterra y, pues
jamás le he ofendido en cosa alguna, tengo derecho natural a vivir
en sus reinos; y si me dicen que soy traidor por haberme ordenado
sacerdote, yo digo que las leyes nuevas hechas en este reino contra
sacerdotes con la misma justicia se pueden haber hecho contra Jesucristo
señor nuestro y contra sus sagrados apósto[f. 19r]les, pues él y ellos fueron también sacerdotes”. Replicó el juez que la primera traición contra el rey fue trazada por
sacerdotes y papistas. Respondió el mártir que la primera traición
contra el rey fue urdida por herejes protestantes y puritanos que
intentaron matarle con un pistolete, aun estando en el vientre de
su madre. Éstas y otras palabras de grande fervor y espíritu habló
el santo mártir y, viendo que los jueces querían cometer su causa
a los 12 jurados, les rogó encarecidamente no lo hiciesen, pues aquellos
hombres eran ignorantes y simples, sino que ellos mismos como hombres
doctos y que entenderían qué cosa era sacerdote y si era traición
o no serlo, determinasen su causa y librasen a aquellos pobres hombres
de un pecado tan grave. Con todo ellos, deseosos en alguna manera
de lavarse las manos de aquella maldad, remitieron el negocio a los
12, los cuales luego le dieron por culpable de traición y merecedor
de muerte. Recibiendo el sacerdote la nueva con grandísima alegría,
fue vuelto a la cárcel hasta la tarde, y entonces los volvieron a
sacar a ambos y se pronunció contra ellos la sentencia de muerte,
la cual como ellos oyeron la recibieron con grandísimo gozo y contento
y se abrazaron dándose el uno al otro el parabién de tan dichosa suerte.
Reprehendióles el juez diciendo que no mostraban tanta modestia
como otros sacerdotes suelen mostrar en semejantes ocasiones, lo cual
hizo [f. 19v] para desacreditarlos con el pueblo, que les había cobrado
grande afición, edificándose de su constancia y de ver la resolución
y ánimo que mostraban en todas sus respuestas a los jueces. Pronunciada
la sentencia los volvieron a la cárcel, adonde quedaron toda aquella
noche con increíble gozo de sus almas y consuelo de los demás sacerdotes
y católicos presos. El embajador de España hizo todas las diligencias posibles para librarlos
de una muerte tan injusta, pero no lo alcanzó
[41]
. Y así, venida
la mañana, fue traído el carro en que habían de ser rastrados.
Los herejes madrugaron mucho, sacándoles a las 7 de la mañana, pensando
con esto excusar su gloriosa muerte y estorbar que no hubiese en ella
tanto concurso de gente como en semejantes ocasiones suele haber.
Con todo eso, no bastó su diligencia,
[42]
porque ya estaba
junto muchísimo pueblo para verlos martirisar.
Bajaron primero de la cárcel al sacerdote Richardo
Newporto, el cual salió con un semblane
muy alegre y risueño, y, alzando ambas manos, atadas como estaban,
echó su bendición a todo el pueblo, diciendo que cuando llegase a
tierra firme se acordaría de rogar a Dios por los que quedaban en
la mar; y luego le tendieron en el carro a la mano derecha. Bajó después
el padre Guillermo Scoto, vestido de su hábito de san Benito, deseoso de morir
en él, pero no se lo permitieron, y así encima del vestido curto se
pusó una ropa negra. [f. 20r] Habló a los presentes desta manera: “Sabed, señores, que yo soy y
siempre he sido fiel súbdito de su majestad y vasallo, y he rogado
a Dios cada día por él y por todos sus reinos; no he tenido jamás
el menor pensamiento de hacer, ni dicirle
mal a ninguno, y si con dar mi vida por su majestad pudiera salvar
su alma, diérala por él de tan buena gana
como ahora la doy por la honra de mi Dios y defensa de su fe.” Con esto se tendieron en el carro a la mano izquierda y fueron ambos
arrastrados hasta el Tiburno, que es lugar
del suplicio. Iban los mártires puestos en una suavísima contemplación,
aunque a instancia de los amigos, parte por la importunidad de los
enimigos, les fue forzoso interrumpirla.
Entre otros se llegaron a hablarles unos católicos que iban en un
coche y los jueces los mandaron luego llevar a la cárcel, y la misma
pena ejecutaron en unas mujeres católicas que dejándose llevar de
su fervor y devoción se llegaron a los mártires y los cubrían con
flores. Llegados a Tiburno, adonde los estaban
aguardando una infinidad de gente noble y plebeya, fueron mandados
subir en el carro; levantóse primero en
el carro el padre Guillermo Scoto y llegándose
a la horca hizo la señal de la cruz en ella besándola y diciendo “Este
es el árbol de mí, tan deseado muchos días ha”. Luego subió al carro
con rostro muy alegre, teniendo en las manos atada una cruz mediana y un rosario. Dio una vista
al pueblo y con la cruz se bendijo a sí primero y luego a todos [f.
20v] los presentes. Habida licencia de hablar, declaró brevemente
el discurso de toda su vida, su linaje, que era noble y conocido,
y su crianza y estudios en la universidad de Cantuaria
hasta que, alumbrado con el rayo de la divina luz, entendió la verdad
de la fe católica y, habiéndola abrazado, salió de Inglaterra con
deseo de satisfacer a Dios y hacer penitencia de sus pecados; y pensando
consigo mismo qué estado de vida sería mejor tomar para cumplir con
este su deseo, hizo elección de la sagrada orden de san Benito, y
por ser religión muy dada a soledad y contemplación le pareció muy
a propósito para su natural, por ser de complexión algo melancólica.
Habiendo vivido en el monasterio 7 años, fue mandado volver a Inglaterra,
no para pervertir los vasallos del rey en apartarlos de su obediencia,
sino para volverlos a la obediencia de Jesucristo, rey de los reyes,
y para predicarles la misma fe antigua, cristiana y católica, a quien
había primero convertido sant Augustín, monje de su misma
orden, dos veces. Declaró luego que había estado preso por la fe y
como agora le habían condenado a muerte por ser sacerdote sin haber
otro crimen que allegar contra él, y así que por tan buena causa moría
muy alegre y contento. Interrumpióle aquí el juez, preguntándole
si quería tomar el juramento de fidelidad, pues hablaba tanto de su
obediencia al rey. Respondió el martir:
“No sé de dónde nace que a todos los católicos, especialmente a nosotros
[f. 21r] los sacerdotes, nos levantan que somos traidores y disleales al rey. Yo os ruego, señores, cuantos estáis aquí
presentes, que deis crédito a un hombre que está en el último tránsito
de su vida y que luego ha de ser presentado en el tribunal de Dios
para dar cuenta de todo lo que aquí os dijere; que siempre he deseado
toda fidelidad al rey y a sus hijos y a los señores de su consejo
y a todos sus reinos y estados, y que en mis sacrificios y oraciones
cada día los hé encomendados a Dios, y en
nombre mío y de todos los sacerdotes deste reino os aseguro que todos estamos promptísimos a rendirle a su majestad toda obediencia que
por ley natural o divina, o por derecho de las gentes se debe a cualquier
príncipe cristiano. Pero si el rey nos mandase obedescamos
en cosas contrarias a la fe católica y a la autoridad del sumo pontífice
y agenas a toda razón, como en este juramento nos manda, no
por eso seremos nosotros desleales, si en esa parte no le obedescamos;
y si por eso su majestad si tiene por agraviado, no es nuestra la
culpa, pues tenemos obligación de prefirir
los mandamientos de Dios a los del rey y de Inglaterra, y si él nos
quiere castigar bien puede afligir y matar nuestros cuerpos, pero
las almas no las puede matar, que ésas a sólo Dios pertenecen”. Y con esto acabó su racionamiento, rogando a Dios con grande fervor de
espíritu por el rey y todo el reino. Luego subió en el carro el otro
sacerdote y declaró brevemente su educasión
en Inglaterra primero, y después en el Seminario inglés [f. 21v] de
Roma, y protestó su obediencia al rey de la misma manera que su compañero
había hecho y concluyó su racionamiento con unas palabras muy ferverosas
y tiernas, diciendo: “Seáis testigos, señores, os ruego a todos cuantos aquí estáis, que muero
por sacerdote y por la religión católica, que otro delicto
ninguno alego, ni se puede alegar contra mí en los tribunales; por
esta causa doy mi vida de bonísima gana y, si tuviera la vida de todos
los ángeles, de los hombres y de cuantas criaturas Dios tiene criadas
en el cielo y en la tierra, con la misma voluntad las diera todas
y las tuviera por bien empleadas en tan ilustre y gloriosa empresa.
Ha muchos años que en este mismo lugar, viendo martirisar a dos sacerdotes santos, diome
Dios encendidos deseos del martirio. Eso fue el motivo que tuve de
salir de Inglaterra, en prosiguir mis estudios
y en ordinarme sacerdote, y desde entonces siempre he deseado de
ver este día para mí tan dichoso y de tanto contento, y os doy, señor
mío y Dios mío, infinitas gracias por haberme cumplido mis deseos,
haciéndome merecedor de tan dichosa muerte y de derramar mi sangre
por vuestro santo nombre. Quid mihi est
in caelo et a te quid volui
super terram Deus;
cordis mei es
pars mea Deus
in aeternum”. Dichas estas palabras fue mandado callar y luego ambos abrazaron al verdugo
lo mejor que pudieron con los brazos atados, besaron las sogas, instrumentos
de sus martirios, y diciendo el padre benito In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum, añadió el compañero, Domine Jesu, accipe spiritum
meum, y con eso abrazáronse
el uno al otro. Fuese el carro y los dejó colgados, y [f. 22r] estando
ya casi muertos fueron cortadas las sogas y cayeron en tierra los
dos cuerpos santos. Hicieron dellos la carnecería
que suelen, sacándoles los corazones y haciéndoles cuartos; y, por
que los católicos no los hurtasen, como lo suelen hacer, los enterraron
muy hondo debajo los cuerpos de unos ladrones que fueron también entonces
justiciados. Pero con todo eso no faltaron
unos mancebos católicos esforzados que, cavando de noche, con harto
trabajo y peligro suyo sacaron los cuerpos
y los colocaron en lugar decente adonde agora
quedan en poder de los católicos. La muerte preciosa destos santos mártires ha
sido de mucho provecho, causando tan gran sintimiento
en todo el pueblo que, según jusgan personas
fidedignas que con particular advertencia lo reparaban, de los 4 partes
de todo el pueblo que se halló presente en esta ocasión, así amigos
como enemigos, las 3 derramaron lágrimas de compasión; que se observó
particularmente que entre los demás un niño, que parecía de 9 o diez
años de edad, alzando la voz clara, que distintamente dijo: “ Estos
hombres ya están con los ángeles.” De una circustancia me había olvidado, y era que, mientras los estaban
haciendo cuartos, llegó un mancebo español criado de la señora doña
Luisa de Carvajal, que reside en esta ciudad de Londres, y mojó un
pañuelo en la sangre de los mártires
[43]
; hicieron ruido
los ministros de la justicia para irritar al pueblo contra él, pero,
como nadie hiciese caso, mandó el juez que presedía
a la ejecución quitarle el pañuelo, y, como él no lo quisiese soltar,
airóse el juez, mandando a los criados que le hiciesen [f.
22v] saltar los cejos a palos; y así luego le dieron muchos y muy
crueles golpes con los bastones que traían, discalabrándole
y hiriéndole muy mal, pero no por eso soltó el pañuelo, sino antes
lo llevó consigo, estimando en tanto más la reliquia cuanto más caro
le había costado. Refieren también personas fidedignas que una mujer
católica penitente del bienaventurado sacerdote Richardo
Newporto, seyendo
surda de un oído, estando un día encomendándose
a Dios y pensando en la muerte de su buen padre espiritual, se encomendó
a él, rogándole que con sus oraciones le alcansase de Dios remedio para su surdez,
y luego se cayó del oído una piedrecita
nigra muy pequeña, con que la mujer se halló perfectamente
sana, como si nunca hubiera estado surda.
Y esto es, en breve, la relación de los martirios que han habido en estas partes. Después que escribí a V. Merced
otros han habido, aunque no mártires pero
confesores gloriosos de Jesucristo, que por la fe han padecido prisiones
largos y prisiones y tormentos mucho más crueles que la misma muerte.
De este número fue uno, el padre Thomas Strange
de la Compañía de Jesús, que estuvo preso en el Castillo de Londres
cinco años, siempre tan retirado que en este tiempo no pudo llegar
a hablarle nadie más que la guarda que le traía de comer, y buena
parte deste tiempo estuvo en unos calabozos
tan húmedos que con sólo el agua que manaba de las paredes podía lavar
las manos, y tan lóbrigas que a medio día
no podía ver sin candil. No le hicieron gracia siquiera de una poca
de paja para echarse en ella. Diéronle muchos
y muy grandísimos tormentos, como fue tenerle algunas horas [f. 23r]
colgado
[44]
por las manos,
y otros no menos exquisitos que penosos, de manera que diversas veces
le sacaron por muerto del tormento, pero fue servido el Señor por
quien padecía dejarle fuerzas y constancia, hasta que en fin una señora
principal, deuda suya, le procuró la libertad por medio de un cortesano
encocés, dándole por ello mil ducados. El
que más persiguió a este buen padre fue el conde de Salisburgia,
grande perseguidor de los católicos y que por muchos años atizó la
llama de la persecución, inventando cada día nuevas leyes y penas
contra ellos, y haciéndolas ejecutar con sumo rigor y crueldad
[45]
. Ya V. Merced
habrá sabido de su muerte, que fue conforme a su vida. Murió a 3 de
junio deste año, junto a la ciudad de los baños adonde había ido
a cobrar salud por consejo y parecer de los médicos; su enfermedd
no fue una sola, sino muchas y muy graves: tuvo bubas, hidropesía,
lepra y perlesía, con las cuales murió miserablemente, no obstante
todos los remedios que le hicieron los mejores médicos del reino.
Algunos días antes que murió se cubrió todo el cuerpo con una innumerable
inmensidad de peojos y grande cuantidad
de podre, que echaba de sí un hedor abominable.
Esos postremos accidentes le hicieron caer en un furia y frenesí, y así murió babiando.
Cierto amigo suyo, antes de su muerte, le aconsejó que, pues ya los
doctores le desauciaron de la salud del
cuerpo, mirase por la del alma, pero él no quiso admitir tal pensamiento,
habiéndole [f. 23v] y certificado uno de sus ministros, grandísimo
hereje, que no tenía su señoría que cuidar deso
ni que temer, pues sin duda ninguna era uno de los predestinados y
escogidos del Señor. Su muerte fue tan poco sentida de todos que aun
los mismos herejes, que en su vida no habían osado declararse temiendo
su poder y privanza con el rey, luego después de su muerte publicaron
sátiras y epitafios muy picantes contra él, diciendo que jamás había
guardado lealtad con los amigos, ni enemigos, con Dios ni los hombres;
que a nadie había hecho bien; que siendo de bajo suelo había procurado
abatir y hollar a todos para alzarse a sí; que había sido hombre sin
alma y sin consciencia, y así Dios, aun en esta vida, le había comenzado
a castigar, haciéndole tan asqueroso y abominable que todos huían
dél, no podiendo sufrir el hedor
tan cruel que de sus podridos miembros despidía.
En el mismo Castillo de Londres con el mismo rigor y
[46]
estrechura ha
estado
[47]
preso el padre
Guillermo Balduino 4 años y más
[48]
; es de la Compañía
de Jesús, hombre docto y grave. Residía este padre en Bruselas, en Flandes, y yendo a Alemania por orden de sus
superiores a tratar unos negocios de su religión, los herejes desde
Bruselas le fueron siguiendo y espiando, y llegando a las
tierras del conde Palatino del Rhin dieron
aviso al conde
[49]
, rogándole mandase
prender al padre y enviarle preso al rey de Inglaterra, que deseaba
haberle en las manos. El conde, por ser hereje calvinista y por congraciarse
con el rey de Inglaterra, hizo lo que le pidieron, pero Dios le castigó,
porque al mismo tiempo que el padre [f. 24r] Balduino
fue entregado en Londres murió el conde Palatino de repente y mala
muerte; y su hijo se vido en pleitos con
el tío acerca de la
herencia. Habían publicado los herejes que el padre había maquinado
grandes traiciones contra el rey de Inglaterra, y así sonó mucho su
prisión en todo el reino. Pero habiéndole examinado muchas veces y
con grande rigor en todas sus respuestas, dio tanta satisfacción que
mostró claramente ser invención
[50]
y patraña de
los herejes y sin fundamento de verdad todo cuanto le oponían, y aun
sus mismos enemigos quedaron grandemente pagados de su modestia y
alabaron mucho su prudencia y cordura. Con todo eso no le han querido
soltar, y así queda preso en el mismo Castillo, adonde no le es permitido
haber ni ver a nadie, más que a la guarda que le trae de comer. A estos quiero añadir la prisión de doña N. Vaux
[51]
, señora nobilísima
y virtuosísima, madre del barón Vaux. Cercáronle su casa los herejes una noche y escalando la prendieron
en ella dos padres de la Compañía de Jesús; a ellos y a ella llevaron
a la cárcel y la confiscaron todos sus bienes, y después de algún
tiempo el barón, su hijo, mancebo ilustre de 22 años de edad y título
de los más antiguos y nobles del reino, fue llevado por orden expresa
del rey y, mandado parecer en los tribunales públicos, viéndole, le
ofrecieron el juramento nuevo contra el Sumo Pontífice. Rehusólo
de tomar con grande constancia, aunque ya sabía que por ello [f. 24v] le habían de quitar el
estado; y así luego se lo confiscaron todo y todos los bienes, y a
él mismo le condenaron a cárcel perpetua. Oyó el constante mancebo
esta sentencia con muy buen semblante y agora
vive en la cárcel con muy grande consuelo y alegría suya, confirmando
y animando a todos los católicos con su ejemplo. A este modo pudiera contar a V.Md. las
[52]
prisiones y confiscaciones
de hacienda que han padecido y padecen muchos caballeros muy principales
y ricos por haberles hallado en su casa algún sacerdote o sacerdotes
católicos, pero ya sabe V.M. cuán ordinario
sea eso, y así no me quiero detener en contar particularidades. Hicéralo si el tiempo me diera lugar, pero pues no lo hay
para escribir todo lo que yo quisiera y V.Md
ustarade oír, quiero dejar muchas cosas deste
género, que, aunque son de grande gloria de Dios y en sí dignos de
eterna memoria, pero ya con larga costumbre desta
persecución con nosotros se han hecho ordinario; y así yo los pasaré
en silencio por referir otras cosas más particulares
[53]
de edificación que en estos
postreros meses han sucedido. A 6 de junio deste presente año de 612 justiciaron en esta ciudad al barón Sanger,
título de Escocia. Este caballero había mandado a dos criados suyos
matasen un mayestro [sic] de esgrima que le había dado ciertas
ocasiones de disgusto y pesadumbre. Matáronle
los criados y por ello fue preso el barón y condenado a muerte. Cuando
le sacaron a juicio declaró como un tiempo había sido católico, [f.
25r] pero que siguiendo la corte y dejando el uso de los santos sacramentos
con todos los demás ejercicios de piedad y devoción proprios
de la fe y religión católicas, había venido de dar en una vida muy
desbaratada y libre, sin temor de Dios ni pensamiento de su salvación.
“Y de aquí”, dijo, “ha procedido el haberme hallado tan sujeto a desear
y tomar venganza de cualquier agravio que se me ha hecho”. Los dos
criados del caballero que mataron al esgrimidor estaban justiciados,
y, aunque ellos hasta la muerte siempre protestaron que su señor no
había tenido parte en aquella muerte, pero,hecho
ya de una vez el delicto, el barón mismo
nunca la quiso negar ni huirse, como con mucha facilidad pudiera haber
hecho, sino antes puso a sí y a su causa enmanos
del falso arzobispo de Cantuaria, confesando haber sido el autor de aquel homicidio.
Dio a la mujer del muerto 400 escudos para satisfacer el agravio que la había hecho y se dispuso para
morir, habiendo su confesión general y reconsiliándose
con la iglesia católica. Sacándole a justiciar
confesó públicamente su delicto con dolor
de haberlo cometido y pidió perdón a todo el pueblo. Luego, alzando
un Cristo crucificado que llevaba en las manos, comenzó a encomendarse
a Dios con grande fervor y devoción, lo cual,visto
por los
[54]
ministros de la justicia,
uno de ellos con violencia le arrebató el Cristo de las manos; mas
uno de los circunstantes, indignado de ver la discurtesía
del hereje, quitóle otra vez el crucifijo
por fuerza [f. 25v] y lo volvió al barón, aunque por la buena obra
le enviaron preso a la cárcel. Después desto
pidió el barón de todos los católicos le encomendasen a Dios, diciendo:
“Yo deseo y pido humilmente las oraciones de todos los verdaderos católicos
romanos”, y dicho esto se compuso para morir. Al mismo tiempo que
hicieron justicia deste caballero sacaron
también a justiciar otro escocés, hombre bajo, por otro delicto semejante. A éte le envió
el rey perdón, pero al barón nunca lo quiso enviar, aunque muchos
señores y los mismos jueces le importunaron para hacerlo. Piénsase
que la causa de negarle esta gracia no fue otra sino el haberse declarado
católico el barón y el otro no, a quien perdonó. Estuvieron presentes
a su muerte muchos caballeros mozos galanes que se movieron grandemente
de ver una muerte tan diferente de la vida que había vivido. Han reparado
algunos, y no sin fundamento, que Roberto Cicilio,
aquel enimigo mortal de la iglesia de Dios, estando a la muerte
frenético, entre otros disparates y locuras que habló contra el Papa
y contra los católicos dijo estas palabras: “Si ahorcasen al barón
Sanger muchas almas se salvarían”. Y, aunque
estas palabras por entonces parecían dichas sin fundamento ninguno,
porque este caballero aún no había cometido el delicto, sino antes andaba a sus anchuras y con la libertad
que solía, pero confío que Dios las ha de verificar, aunque el que
las dijo no supo lo que se dicía, porque
sin duda ninguna su buena muerte y el ejemplo que en ella dio han
sido de mucho provecho. [f. 26r] Murió estos días pasados un caballero llamado don N. Zeuconor, el cual, aunque en su corazón estaba persuadido
de la verdad de la fe católica, por no perder la privansa
con el rey, ni la hacienda había disimulado en lo exterior conformándose
con los herejes, yendo a sus templos y tomando el juramento que ellos
llaman de fidelidad. En su postrema enfermedad tuvo una visión
en la cual le fue significado que se condenaría si moría en aquel
estado miserable. Él, como dispierto de un sueño profundo y tocado de Dios, procuró un
sacerdote y se reconcilió con la santa iglesia y luego escribió al
rey una carta dándole cuenta de todo. Y poco después murió con grandes
esperanz<e>[a]s de su salvación. Las circunstancias
particulares de esta visión no han venido a mis manos, y así no las
puedo escribir. Pero no dejaré de referir otra de que, teniendo noticia muy particualr y por ser tan ilustre, entiendo que gustará V.Md. y los demás conocidos de saber lo particular della, que yo he sacado de los originales que tienen los sacerdotes
católicos presos en la cárcel de Newgate,
que, después de haber usado las diligencias posibles para certificarse
del caso, han sacado en limpio y tienen lo<s>
siguiente. “Sábado a 29 de agosto deste presente año 1612,
pasando Thomas Newtonio, caballero católico,
en compañía de Eduardo Suton, hereje protestante,
las calles de la villa de Stanfordia, echó
manos dél la justicia con achaque de que había puesto las manos
en un paje suyo irlandés, pero también [f. 26v] añadiendo que, demás
desto, había otras cosas de más consideración
[55]
de alegar contra él. Llegóse cerca Eduardo y como comenzase a pleitear con los
alguaciles sobre la prisión de su compañero echaron también mano dél y los llevaron a ambos a la cárcel, adonde estuvieron
hasta el miércoles sin cama en que echarse y sin que por espacio de
24 horas les diese cosa alguna de comer ni bever.
Venido el miércoles, fueron llevados ante
[56]
el conde de Excestre, el cual, no hallando cosa de consideración contra
ellos, los puso ambos en libertad. Pero en el entretanto, yendo los
alguaciles a la casa en que habían posado, entre la ropa de Eduardo
hallaron unas Horas de Nuestra Señora y un rosario. Con este
achaque los volvieron a prender y fueron llevados
la 2a vez ante el conde, el cual preguntó a Eduardo si
era papista, pues traía aquellas Horas y rosario. Respondió
que antes era ateísta que papista y que las Horas y rosario
traía consigo por amor de una señora que las había dado
[57]
. Mandóle
el conde tomar el juramento nuevo que suelen ofrecer a los católicos,
y él, aunque al principio se excusaba diciendo que ya otras veces
la había tomado, pero al fin como hereje lo tomó, sin escrúpulo ninguno.
Luego ofrecieron el mismo juramento a Thomas Newtonio,
que por ser católico no lo quiso tomar; y así el conde los volvió
a ambos
[58]
a la cárcel, adonde estando
juntos el viernes siguiente preguntó el hereje qué sería bueno cenar
aquella noche. Respondió Thomas que ayunaba los viernes, como lo tienen
de costumbre los católicos [f. 27r] de Inglaterra, y así no pensaba
cenar, sino hacer colación con una pera y un poco de agua. Dijo el
hereje que por hacerle compañía él cenaría también lo mismo y no otra
cosa. Hízolo así y, acabada la colación,
protestó que le había sabido mejor que cuantas comidas y cenas había
gustado en toda su vida. Estando después en conversación los dos,
preguntó el hereje que por qué no había querido tomar el juramento.
Diole el católico sus razones y con esto se fue el hereje
´acostar. Díjole el católico que
se encomendase primero a Dios y se santiguase. Hízolo
primero, resando algunas oraciones, pero
no quiso santiguarse. Durmióse y el católico
quedó en oración de rodillas por espacio de 3 horas, pidiendo a Dios
nuestro señor con grande instancia le diese gracia y esfuerzo para
responder el día siguiente al conde, ante quien había de ser presentado.
Y estando desta manera encomendándose a
Dios y a todos los santos del cielo y muy en particular a la serenísima
reina de los ángeles, nuestra señora, padeció muchas tentaciones acerca
de la intercesión de los santos
[59]
, si era provechosa a los
que les invocaron o no. Habiendo peleado buen rato contra estas tentaciones
fuese ´acostar, y, estando casi durmiendo,
dispertó el compañero dando voces que era el más miserable
y desdichado de los hombres y que había de ser condenado por haber
tomado aquel juramento y que el católico era mil veces dichoso por
no [sic] haberlo tomado, pues por ello Dios le quería consolar
con una visión celes[fol. 27v]tial
[60]
tal que él no era dign<a>[o] de verla. Y así, no osando alzar los ojos, se escondió
y cubrió todo con la ropa de la cama. A estas voces levantó el católico
y, demás de una clarísima luz y resplandor celestial que le causó
extraordinario consuelo en el alma, vio primero el misterio de la
santísima Trinidad y luego a nuestra señora muy resplandeciente con
una estrella blanca y acompañada con infinidad de ángeles, teniendo
sobre la cabesa una corona y cantando Alleluia,
gloria in excelsis Deo. Hablóle la Virgen diciendo que de aquella manera había sido
asumpta en cuerpo y en alma a los cielos,
y mandóle que en ninguna manera tomase el juramento, sino antes
padeciese cualquier tormento, “porque yo dije, ´Seré
contigo y te consolaré en todos tus trabajos y penas´”.
Esta visión de nuestra señora y de los ángeles duró por espacio de
una hora y apareció una gran multitudo de
santos y mártires ofreciendo incienso a nuestra señora, los cuales
también le hablaron, diciéndole: “Dobla tus oraciones a los santos,
porque su intercesión es muy agradable a Dios y muy poderosa para
alcansar mercedes de su divina majestad”.
Durante todo el tiempo desta visión estuvieron
los dos como absorptos, no pudiendo levantar
de las camas ni hablar palabra. Pero en desapareciendo luego se levantaron,
comensando a cantar a grandes voces Alleluia, gloria in excelsis
Deo, Ave Maria y el Ave regina caelorum. Y, aunque el
hereje en toda su vida había sabido aquellos himnos ni entendía bien
el latín dellos, pero enton[c]es repetía
y cantaba de memoria [f. 28r] muy perfectamente, diciendo a su compañero
que se había
[61]
enseñado a orar y alabar
a Dios y que esperaba ser vería lo que
[62]
había visto y aprendido, no sólo para su instrucción
en la santa fe católica, sino también para la enseñanza y reducción
de sus padres y deudos. Continuaron de esa manera cantando
por espacio de 33 horas, porque tanto duró el resplandor en el aposento,
y esto en tan alta voz que fueron oídos bien lejos y los vicinos
del lugar se levantaron a oírlos. Acabada la visión, insistió Eduardo
con
[63]
su compañero que pusiesen en escrito
[64]
todo lo que les había sucedido, y así
[65]
lo hicieron y firmaron de sus nombres. Venida la
mañana
[66]
, lleváronlos ambos ante
el conde y, quitándoles el papel que habían escrito, se lo dieron,
acusándoles
[67]
que toda la noche habían dado voces invocando todos
los santos y encomendándose a ellos
[68]
. Examinóles el conde
acerca de la visión y ellos ratificando todo lo que tenían escrito;
y como el conde hablase contra la invocación de los santos, el caballero
católico probó con muchos y lugares de la Sagrada Escritura,
y en particular la gloriosísima asumpción
de nuestra señora a los cielos en cuerpo y en alma con aquellas palabras
del Apocalipsi: “Signum
magnum aparuit in caelum, etc.”, de
las cuales, según él mismo testifica, antes de aquel instante jamás
había leído ni oído de nadie. Eduardo dijo también que ya no quería
ser más protestante, sino católico, y, como no
[69]
le podían mover de su propósito, fue entregado
a los ministros [f. 28v] herejes para reducille
a su secta. Dijéronle los ministros que
estaba loco y que aquella visión no había sido de Dios, sino del demonio.
[Le] maniatoron [sic] y le hicieron
azotar; tuviéronle sin comer ni dormir y
espantáronle con amenasas
[70]
y palabras temerarias del demonio y infierno y
otras semejantes, y finalmente le maltrataron de manera que faltó
poco de quitarle el juicio. Pero todos vieron claramente ser éste
embuste de los herejes para deacreditar
[sic] y disminuir la autoridad de aquella visión. Porque es
cosa sabida que cuando Eduardo fue entregado a los ministros y algunos
días después estaba en su juicio y se había reformado mucho en el
jurar y otras malas costumbres que antes tenía, al católico le llevaron
al arzobispo de Cantuaria, el cual le volvió
a ofrecer el juramento, y, porque no lo quiso tomar, le envió a una
cárcel estrecha donde nadie le podía hablar. Este caballero es hombre
muy modesto, grave y discreto y por eso recelábase
el falso obispo de dejarle hablar a nadie, por que no divulgase el
caso y confirmase a otros con su ejemplo”. Quiero concluir esta carta con la nueva lastimosa de nuestro príncipe deste reino de Inglaterra
[71]
, a quien ha arrebatado la muerte en la flor de
su edad y en medio de todos sus gustos y contentos de un mal tan terrible
y tan depriesa, que bien nos ha declarado
cuán engañosa sea toda la felicidad humana, aunque sea de los mayores
reyes y príncipes, y cuán poco caso se debe hacer de cuanto el [f.
29r] mundo a los suyos promete. Ha sido su pérdida grande para estos
reinos, pero mucho mayor y más lastimosa para su misma alma, pues
no mereció conocer ni abrazar la santa fe católica, que es el único
y solo remedio que lleva los hombres a la vida. Murió a los 18 años
de su edad, de una enfermedad tan extraña que no le entendían los
doctores. Arrancábasele el pecho sin que
nadie bastase a templar el calor y, por otra parte, se yelaba la cabeza sin que se pudiese mitigar tan grande frío.
Después de muerto le hallaron la cabeza llena de una aguasa
amarilla, que se entiende haber causado la muerte. En los principios
de su enfermedad quedó como muerto por espacio de 3 horas, hasta que
don Gualtero Bardeyo desde el Castillo
de Londres, adonde está preso, le envió una bebida o pócima con que
pareció volver en sí, aunque con tan grande violencia que causaba
lástima y compasión a cuantos le veían. Tenía los ojos muy abiertos,
mirando a todas partes sin orden ni concierto
[72]
. Abría y cerraba los labios muy [sic] para
expirar; extendía los brazos a todas partes con grandes ansias, y
de esta manera estuvo hasta que al cabo de 10 días expiró. El rey,
su padre, no podía sufrir el verle con tan grandes agonías, pero los
condes de Suffolcia y Northampton y el gran chanceler
del reino estuvieron con él haciéndole compañía hasta la muerte, y
el falso arzobispo de Cantuaria diciendo
sus preces, pero el pobre mozo no las entendía. Fue su muerte a 6
del pasado en su mismo pa[f. 29v]lacio
de Santiago y entierróse [sic] ayer
a las 7 con grandísimo aparato y sumptuosidad
en la iglesia de Westmonasterio, entierro
antigüísimo de los reyes de Inglaterra. Su cuerpo ambalsamado y puesto en una caja de plomo depositaron en un
mismo túmulo con el de su abuela la santa mártir María, reina de Escocia,
que fue descabezada por mandado de la reina Isabel
[73]
. Ojalá hubiera vivido de manera que mereciera estar
su alma tan conjunta con la de su abuela en el cielo como lo están
sus cuerpos en la tierra. Pero ¡ay dolor!, ¡qué le aprovechará estar enterrado con santa [sic]
abuela, si no imitó su santa vida, ni con la sangré heredó las virtudes
de su alma. Las ceremonias que usaron en su entierro debían de ser
conformes a su secta, y éstas pocas, porque
su religión no las lleva. Lo que dicen había más de ver fue su acompañamiento,
que le hicieron desde su palacio hasta la iglesia, que es más de un
cuarto de lengua. Yo no le vide, ni por el presente
[74]
me puedo alargar a escribir eso, ni aun otras cosas
que son de más importancia y edificación, como es el martirio de un
santo sacerdote del
[75]
Seminario de Roma, que martirizaron habrá 3 días
en esta ciudad. Yo me hallé presente en [su] muerte y se la escribiré
a V.Md. con la primera ocasión. Entre tanto
suplico a V.Md. me la haga de comunicar
ésta con todos los amigos y conocidos desas
partes en mi nombre, con mil saludes a todos y a cada uno en particular;
y no deje de escribirme todas las veces que se ofreciere ocasión,
pues sabe él en cuánto estimo las
[76]
suyas; ni se olvide de encomendarme a Dios nuestro
señor en sus santos sacrificios y oraciones, porque los hé
mucho menester para contrastar con
[77]
tantos [f. 30r] y tan poderosos enimigos
como son los con quien lidiamos en esta persecución, y para pelear
con esfuerzo y vitoria las peleas del Señor, el cual guarde a V.Md. a los años de mi deseo. Londres y deciembre 8 de 1613 años.
Tuus in Christo, frater et servus N.N. **** Copia de otra carta del mismo. Su fecha a los 15 de febrero deste año de 1614 En la que escribí a V.Md. a 8 de deciembre pasado, la brevidad del
tiempo no me dio lugar a escribir el martirio de un sacerdote que
aquellos días había padecido en esta ciudad. Promití
entonces de escribirle con la primera ocasión, y, teniéndola al presente
buena y segura, no quiero dejarla pasar sin cumplir mi promesa. A
13 días del mes de deciembre del año pasado de 612 fue sacado a juicio el padre
Juan Almond
[78]
, sacerdote del Seminario Inglés de Roma. No le
habían tomado la confesión antes, ni había testigo ni probansa
alguna de que era sacerdote; y con todo eso contra todo orden de derecho
y contra sus mismas leyes, sin más examinar ni acusaciones, los jueces
luego remetieron su causa a los 12 jurados, cosa que parecía muy mal
aun a los mismos herejes, pues, ya que habían determinado de condenarle
injustamente, a lo menos para su reputación con el pueblo les convenía
proceder siquiera en lo exterior conforme al estilo y fuero del reino,
[f. 30v] que es no condenar a nadie sin haberle primero examinado
y oído sus razones y defensa. Y así el sacerdote, viendo tan injusto
modo de proceder y el agravio tan manifiesto que le hacían, alegó
en su defensa que las leyes nuevas de Inglaterra hechas contra los
sacerdotes, dado que fueran justas, no tenían fuerza contra él, pues
proceden sólo contra los naturales del reino; y que ni los 12 jurados
ni los jueces mismos sabían ni podían saber si él era de nación inglés
o español o italiano o francés, y mucho menos si era sacerdote, pues
él nunca lo había confesado ni ellos jamás examinado
[79]
, ni había siquiera un tan sólo testigo que depusiese
contra él. Y por tanto rehusaba de poner su causa en manos de los
12
[80]
, pues no estaban enformados della, ni mucho menos
tenían bastante paño para proceder a su condenación.
Y así, si los jueces estaban resueltos de derramar su sangre, de mejor
gana remitía su causa a ellos mismos para que sobre sus almas y consiencias cargase tan manifiesta injuria y injusticia, y
no sobre los 12, que eran hombres ignorantes que ni sabían ni habían
de hacer más de lo que los jueces les mandaban. Oída esta respuesta
del sacerdote, los jueces luego sin más averiguaciones pronunciaron
sentencia de muerte contra él como contra sacerdote, y por el mismo
caso traidor al rey y reino. Cuando prendieron este buen sacerdote
lleváronle al obispo de Londres para ofrecerle
el juramento nuevo contra el Papa. Rehusó de tomarle. Apretó el obispo,
diciendo que él mismo lo había tomado 7 veces. Respondió el sacerdote
que tantas veces había perjurado [f. 31r] cuantas veces había tomado
el juramento. Mostró el obispo grande enojo y cólera, mas no se atrevía
a ponerse a rasones con el sacerdote, acordándose
de cuán mal le había ido con los dos postreros mártires en este género.
El sacerdote no cesaba de apretalle, diciendo
que se maravillaba que él, teniéndose por verdadero obispo, quisiese
subir a los estrados y presentarse entre los jueces seglares como
uno de ellos, pues a las personas eclesiásticas no les era permitido
metirse en cosas seglares, especialmente
en causas de sangre. Pero él le quería quitar ese escrúpulo, porque
ni era sacerdote y, por consiguiente, ni obispo podía ser. Y así que
le perdonase si no le daba nombre y título de obispo, pues no lo era,
sino hombre particular, tan seglar como los demás jueces que estaban
[81]
allí sentados, y que harto más le convenía estar
en su casa atendiendo a ella, a su mujer e hijas, que no meterse en
cosas eclesiásticas que no pertenecían a personas seglares. Todo este tiempo estuvo el obispo mordiéndose los labios y dando grandes señales
de impaciencia, pero tuvo por bien de callar, temiendo no verse en
la apretura y confusión en que los otros sacerdotes, pocos meses antes,
le habían puesto. En fin, dada la sentencia, volviéronle
a la cárcel, adonde quedó en el calobozo
con los demás sacerdotes, muy consolado con la suerte tan dichosa
que le había cabido de morir por Cristo. Todo el tiempo que le quedaba
de vida gastaba en oración y en consolar y animar a sus hermanos presos.
Venido el día de su martirio, que fue a los 15 de deciembre,
[f. 31v] estando en oración le avisaron como la justicia había ya
venido
[82]
por él. Respondió que era la mejor y más alegre
nueva que le podían dar, y así luego se dispuso para salir sin querer
aguardar a comer nada de que los presos le ofrecieron. Dispidióse
de todos y a los sacerdotes con mucha humildad y devoción pidió que
le echasen su bendición. Salido de la cárcel le tendieron en el carro
y le arrastraron hasta el lugar del martirio, adonde desde muy temprano
por la mañana le estuvo aguardando muchísima gente de toda suerte,
no obstante que los jueces habían hechado
voz
[83]
que no le sacarían hasta dos días después, pensando
con eso evitar el concurso que suele haber en semejantes ocasiones
de mártires. Llegado al lugar, subió en el carro y, habida licencia
de hablar, declaró cómo y en qué ocasión le habían preso, echándole
en un calaboso cargado de yerros y teniéndole
más de 24 horas sin comer ni beber, y finalmente cómo le habían condenado
a muerte sin orden ni tela de justicia y sin constarles que era sacerdote,
y aun sin saber cierto si era inglés o si era español o francés. Interrumpióle el juez la plática, preguntándole de qué tierra
era. Con esta ocasión declaró su tierra, nombre, educación y modo
de vida, desde los quince años de su edad hasta aquel instante, aunque
los ministros o predicadores ingleses que estaban a su lado, como
malos ángeles, para tentarle le cortaron muchas veces el hilo de su
plática. Mostró grandísimo ánimo, comvidando
al verdugo que le hiciese cuartos vivo y que [f. 32r] curtase
todos sus miembros en piesas menudas. Dijo que le pesaba mucho que su tormento había
de ser tan corto y tan ligero, que no le daba pena otra cosa que el
no tener más que una vida que dar, y que deseaba trujesen
las parrillas de San Lorenzo y los más terribles tormentos de todos
los mártires, pues él estaba presto y deseoso de padecerles todos
en defensa de la santa fe católica. Dicho esto, en señal de gozo y
alegría, derramó cantidad de moneda en el pueblo. Al verdugo dio un
escudo de oro, diciéndole no se lo daba para que
[84]
se hubiese blandamente con él, sino en recompensa
de su trabajo, y a cada uno de los demás oficiales también repartió
algo. Al juez entregó un pañuelo, rogándole le aceptase en memoria
suya, y emvuelto en él un anillo para que
lo diese a un sacerdote preso en la cárcel de Newgate.
Respondió el juez que daría el anillo y que por amor dél
estimaría y guardaría el pañuelo fielmente hasta la muerte. Con esto
hizo el verdugo su oficio y el buen sacerdote acabó su carrera dichosamente.
Habiéndole el verdugo sacado el corazón y echádolo
en el fuego, saltó de las brasas una o dos veces, y la 2a
vez cogióle un católico de los que estaban
presentes y después lo entregó al padre Richardo Blunt de la Compañía de
Jesús, que lo guarda con la reverencia debida a tan preciosa reliquia.
Desta manera acabó este bienaventurado sacerdote, y, según
va creciendo la furia de la persecución, podemos nosotros esperar
otra tanto, si nuestros pecados no lo impiden. Agora de nuevo van los señores del Consejo llamando a los [f.
32v] caballeros y señores sin hacer distinción de personas para ofrecerles
de nuevo el juramento que es distrucción
de los católicos. Han echada aquí voz que su majestad católica hace
armada y su [sic] color también deso
hacen ellos sus prevenciones por mar y alistan soldados por todo el
reino. Mandan quitar las armas y caballos a todos los católicos y
a los que viven en las costas de Mediodía, que caen a la parte de
España, hácenlos dejar sus casas y irse
a vivir la tierra adentro. Los curchetes,
que tienen por costumbre de buscar y prender a los sacerdotes y católicos,
y son en número muchísimos y muy disalmados,
andan tan insolentes que parecen unas furias infernales que ni de
día ni de noche paran de inquietarnos y hacernos molestias. Los predicadores
por toda la tierra braman contra los católicos, irritando al pueblo
contra ellos y persuadiéndoles que conviene acabar con ellos y disarraigarlos
de una vez. Y sobre todos el que llaman arzobispo de Cantuaria
insiste mucho con el rey y, no obstante todo el rigor que hasta aquí
han usado con ellos, va creciendo cada día su número, y que no basta
tener algunos dellos presos ni quitarles las haciendas ni deshonrar de cuando
en cuando unos sacerdotes, como hasta aquí se ha hecho, sino que es
necesario poner remedio y acabar con ellos de una vez. Finalmente,
el rigor que al presente se usa es tan grande que ha dada ocasión
al pueblo de pensar y dicir que han de dar sobre los católicos una noche de repente
y matarlos a todos, y esta voz ha currido
tan comúnmente estos días, que, según me han dicho algunos [f. 33r]
caballeros y señores principales, de temor se han ido a dormir en
los campos, no se atreviendo a estar en sus casas. Y, aunque tenemos
nuestra confiansa puesta en Dios, que cuando
parece estar más dormido está más en vela y tiene siempre los ojos
abiertos para socorrer y defender a los suyos en el mayor peligro,
pero verdaderamente, mirando esto con ojos humanos, tien [sic] a todos muy afligidos el ver de repente levantada
borrasca tan terrible sin causa ni ocasión alguna, y el no saber qué
es lo que pretenden nuestros
[85]
adversarios ni a dónde van a parar sus designios.
De una cosa estamos muy ciertos, que por todos los caminos buscan
nuestra ruina, y así cuanto mayor es el peligro en que al presente
nos vemos, tanto mayor necesidad tenemos del socorro de las oraciones
de V.Md. y de todos los siervos de Dios,
para que su divina majestad nos dé ánimo y fuerzas para llevar tan
grandes trabajos. Él guarde a V.Md. y a
todos los amigos y conocidos en esas partes con la salud y contento
que yo deseo. Londres, febrero 25 de 1614
[86]
años. N.N. de V.Md., amigo y siervo fidelísimo. ***** Copia de una de Londres a 18 de junio de 1613 que escribió al rey nuestro
señor don Alonso de Velasco, embajador de
[87]
Su Majestad en Inglaterra Señor: Después que martirizaron aquí en Inglaterra al padre Roberto [f. 33v], monje
benito, que fue a los 20 de setiembre de 1611, me dio palabra el conde
de Salisbury de parte del rey que no se
haría otra vez semejante castigo en el tiempo que yo estuviese, omo
avisé a V. Majestad a 30 del dicho mes y hasta agora
no se había cumplido, no obstante que el arzobispo de Cantuaria
y otros muchos habían hecho muchas instancias para ello. Ahora, después
de la muerte del conde de Salisbury, se
fueron al rey el dicho arzobispo y el gran chanseller
y le suplicaron que diese licencia para sacar algunos sacerdotes a
las sesiones antes de la Pascua de Espíritu Santo, representándole
las razones siguientes. Que los católicos se habían alegrado con la muerte del dicho conde y que era
menester que viesen que no por eso había de aflojar el
ser castigados con todo rigor. Que crecía cada día más la libertad, menospreciando las penas de cárcel perpetua
y perdimiento de bienes, por lo cual convenía poner terror, generalmente
de algunos. Que después de los casamientos entre España y Francia estaban muy insolentes,
esperando que con la unión de las dos coronas se había de mudar a
notable mejoría su partida, y que, pues se había concluido una liga
con todos los príncipes protestantes para defensa y conservación común
de su estados y religión, podrá con mayor resolución y menos respetos
hacer cualquiera demonstración contra los católicos. Con lo cual movieron de tal manera al rey que les remitió el hacer lo que
les pareciese. En esta ocasión se hallaban presos en las cárceles
desta ciudad 24 sacerdotes
[88]
[f. 34r] clérigos, con monjes y frailes y de la
Compañía de Jesús, entre los cuales estaban el padre Guillermo Scoto,
que en España se llamaba fray Álvaro de
Sahagún, monje benito, y Richardo
Newport, sacerdote seglar, que habían sido
desterrados deste reino y vuelto a él con
celo del servicio de Dios y piedad de su patria, por lo cual fueron
llevados a las cesiones delante de los jueces, adonde se gobernaron
y hablaron con mucha devoción y valor. Y después de algunas demandas
y respuestas, viendo su constancia, les condenaron a muerte viernes
a 8 déste por la mañana. Procedieron en hacer estas diligencias
con extraordinario secreto y recato, pero con todo eso tuve luz algunos
días antes dello y hice algunos oficios
para que le fuesen a la mano al dicho arzobispo y canceller,
y, habiendo entendido la sentencia que se había dado, vine a Londres
de una casa de campo, adonde esperando estaba mejoría de mis achaques
con mudansa de aire, y pedí audiencia al
rey, la cual me señaló para ir del presente. Y viendo que era tarde,
habiéndose de ejecutar la sentencia a las 9, me resolví de escribirle
al rey: Me dieron esta mañana aviso que algunos ministros de V. Majestad de justicia
la mandaban hacer mañana de los sacerdotes, y luego le envié a suplicar
a V. Majestad me diese licencia para besarle las manos, a que fue
servido de responderme que hasta el martes no sería posible darme
audiencia. Y por no
[89]
sufrir tanta dilación el negocio que se me ofrece,
me ha obli[f. 34v]gado a suplicar
a V.Majestad por escrito lo que deseaba
hacer de palabra. Yo creo que V.Majestad
habrá echado de ver lo que deseo en su servicio, y que todo lo que
se ha tratado siempre en materia de religión ha sido encaminado a
este fin. Asimismo sabe V.Majestad que tengo
licencia del rey mi señor para volver a España en llegando mi sucesor;
y, pues V.Majestad ha hecho merced a todos
los embajadores pasados de concederles algunos sacerdotes antes de
su partida, suplico a V.Majestad que con
esta consideración me la haga agora a mí
de mandar conmutar la sentencia de muerte que está dada contra estos
dos sacerdotes en distierro perpetuo destos
reinos, que yo me ofresco a sacarlos y que
no vuelverán [sic] más a ellos, en que V.Majestad
me hará el mayor favor y honra que podré recibir en esta vida, a lo
menos mandar suspender la sentencia hasta que yo bese a V.Majestad
las manos. Con este papel fue mi secretario
de lenguas a Palacio, viernes a las diez de la noche, no habiendo
sido posible fuese antes por haber pasado todo el día en ordenanzas
y respuestas. Entregó el papel al viceconde
de Rochester, que le dio luego al rey; y respondió de parte del
rey que le había visto y enviaría la respuesta otro día por la mañana.
Y el siguiente
[90]
a las cinco de la mañana sacaron arrastrando los sacerdotes, ejecutando en ellos todas
las circunstancias de crueldad con que lo hacen siempre, en que no
me detengo por ser cosa tan manifiesta. Los mártires pasaron por las
penas del martirio con grande alegría y constancia, [f. 35r] diciendo
palabras de gran devoción, y el conde de Arundel
mostró este día su gran valor y sin respeto de penas temporales los
acompañó a caballo desde que salieron de la cárcel hasta que expiraron
[91]
, y reprehendió con amenazas a los verdugos, porque
les cortaron los cordeles antes de acabar de morir, para sacarles
las entrañas medio vivos. Y también es digna de consideración que
habiendo prometido el padre Guillermo Scoto su rosario a un caballero, hombre particular, miró por
él, estando al pie de la horca, y, no discubriéndole,
dijo en voz alta que le pesaba de no verle para cumplir su palabra
y promesa, pero oyéndolo él, que no estaba lejos, se llegó a recibirle
de su mano sin que nadie le pudiese estorbar, aunque le vieron algunos
ministros de justicia. El dicho
[92]
padre dijo últimamente que debía a España su salvación
y la corona del martirio que esperaba, y que prometía de encomendar
a Dios a V.Majestad y suplicar le augmentase
la grandeza de sus estado[s] para gloria de Dios y ensalsamiento
de su santa fe católica. El padre Nowporto declaró que había 20 años que en aquel mismo lugar
le
[93]
había alumbrado nuestro señor a siguir
la religión católica, hallándose presente al martirio de dos religiosos,
y que con deseo de morir como ellos se partió luego a Roma, donde
estudió y se ordenó de sacerdote, y que así daba infinitas gracias
a Dios, que le había hecho tan grande mi[f.
35v]sericordia
[94]
como padecer la muerte por su santa fe católica.
Ese mismo día, después de
haber sabido que los habían sacado de la cárcel sin esperanza de ningún
remedio, mi volví luego por la mañana a mi posada del campo, adonde
me fue a buscar un secreto del rey y me dijo de su parte en respuesta
del papel que había recibido la noche antes que no sabía que se habían
concedido sacerdotes condenados a muerte a ningún embajador y que
no se había podido suspender la ejecución de la sentencia, en la cual
se anticiparon algunas horas antes de lo ordinario. Yo respondí que
yo había esperado que su majestad me hiciese la merced que le había
suplicado por haber procurado merecerla
[95]
con tanto deseo de servirle, y por esto sintía
mucho se hubiese tomado tanta resolución, porque, aunque su majestad
era tan grande príncipe, para augmentar
la grandeza le convenía obligar y conservar amigos. Con que dispide [sic] al secreto del rey y yo quedo con el
sintimiento y deseo de
[96]
salir deste reino, que
se deja considerar particularmente por no ser testigo de semejantes
atrocidades sin tener autoridad para remediarlas, ni haber industria
humana para atajarlas. Laus
Deo Deiparaeque.
[1]
Las mejores colecciones de relatos
semejantes a los que aquí se editan se encuentra en: Lives of the English martyrs
declared blessed
by Pope Leo XIII in 1886 and
1895. Written by Fathers of the Oratory, of the Secular
Clergy and of the Society of Jesus, Dom Bede
Camm, ed.. 2 vols. London: Burns and Oates, 1904-1905; Memoirs of
missionary priests and other Catholics of both sexes that have suffered
death in England on religious accounts from the year 1577 to 1684,
R. Challoner, ed., Edinburgh: Thomas C. Jack, 1880; Memorials
of those who suffered for the Catholic faith in Ireland in the 16th,
17th, and 18th centuries, M. O'Reilly, ed., London: Burns, Oates,
1868. La edicición
de estos textos es parte de un proyecto más ambicioso que trata
del estudio y edición de la literatura panfletaria antiespañola
producida en Inglaterra en el último tercio del siglo XVI
y comienzos del XVII, y que contiene joyas
como el anónimo A Fig for
the Spaniard or
Spanish Spirits,
London: Printed by John Woolfe, 1591 o A Relation of Certaine Things
in Spaine Worthy
of Observation, de Stephen Man, s,l.: John Browne, 1614.
[2]
La bibliografía abundante de Luisa de Carvajal incluye, entre
muchas otras obras y sin incluir la referente a su obra lírica:
Una misionera española en la Inglaterra del siglo
XVII, Doña Luisa de Carvajal y Mendoza, C.M. Abad, Comillas:
Universidad Pontificia, 1963; Epistolario y poesía, J. González
Marañón y C.M. Abad, eds,
B.A.E., Madrid: Atlas, 1965; Escritos autobiográficos,
C.M. Abad, ed.,
Barcelona: Juan Flors, 1966; Vida y
virtudes de la Venerable Virgen Doña Luisa de Carvajal y Mendoza.
Su Jornada a Inglaterra y sucessos de aquel Reyno. Van al
fin algunas poesías espirituales suyas, parto de su devoción e ingenio,
L. Muñoz, ed., Madrid: Imprenta Real,
1632. Algunos de los sucesos relatados en los documentos que aquí
se editan también son referidos por la pluma de Luisa de Carvajal.
Así, en sus Escritos autobiográficos se dan noticias de la
cárcel de Newgate, el Tiburno,
el martirio de los padres Scott y Newport, así como noticias
varias sobre el embajador Alonso de Velasco y su hermana Ana de
Velasco.
[3]
Se trata del arzobispo de Canterbury,
primado de la Iglesia de Inglaterra y arzobispo de la provincia
eclesiástica de Canterbury. El arzobispo
Thomas Cranmer (1533-56) aceptó el Acta
de Supremacía de 1534 que proclamó al soberano inglés, Enrique VIII,
en lugar del Papa, como cabeza de la Iglesia de Inglaterra. Enrique
VIII firmó el Acta como consecuencia de la negativa del Papa
Clemente VII a anular su matrimonio con
Catalina de Aragón. Los sucesos que se refieren en la Carta de
Londres ocurren cuando Jaime I es rey de Inglaterra, sucesor
de Isabel I, en un momento de controversia en la iglesia reformista
inglesa entre los puritanos y otras facciones menos liberales de
la clerecía. El obispo de Canterbury es
Richard Bancroft, sucesor de Whitgift.
[4]
La referencia a los escoceses se explica porque Jaime I de
Inglaterra era Jaime VI de Escocia, sucesor
de Isabel al trono inglés en 1603 y primer monarca de la dinastía
de los Estuardos. Sus intentos por unir
las coronas de Inglaterra y Escocia fueron completamente fallidos.
[5]
En la cárcel de Newgate se documenta el encierro de numerosos mártires católicos
durante el siglo XVI y XVII,
muchos de los cuales fueron después canonizados y beatificados entre
1888 y 1895. Un relato detenido de sus padecimientos y penas puede
leerse en la bibliografía mencionada en la nota 1, así como en los
Escritos autobiográficos de Luisa de Carvajal.
[6]
Se trata del Colegio Inglés de Sevilla, fundado en 1592 por
el padre Parsons y al cuidado de los jesuitas. Entre los Colegios o
Seminarios de Ingleses, establecidos en el continente europeo como
consecuencia de la persecución católica en Inglaterra, destacan
los de Douai, fundado en 1568 por el padre
Allen, el de Valladolid, fundado en 1589
por el padre Parsons, el de Sevilla, fundado
por el mismo en 1592, el de Saint-Omer,
fundado el mismo año por el padre Parsons,
el de Madrid, fundado en 1612 por el padre Creswell,
el de Lisboa, fundado en 1622 por William Newman,
además del de Roma, fundado en 1576 (ver nota 38). Isabel I inició
una campaña de persecución contra estudiantes católicos ingleses
que tenía repercusiones penales severas. Así por ejemplo, se penaba
con la multa de 10 libras el mantenimiento de un maestro que no
hubiera recibido su licencia de un obispo protestante. Más tarde,
bajo Carlos II, heredero de Jaime I, se
requería de los maestros y tutores que prestaran obediencia a la
iglesia oficial. Isabel I, entre otras medidas, castigó con multas
el envío de ayuda a colegios jesuitas en el extranjero. Jaime I
multó con 100 libras incluso el envío de estudiantes
a seminarios extranjeros, y el estudiante quedaba desposeído
de su capacidad jurídica para heredar. [7] Se trata del llamado Oath of Allegiance de Jaime I, instituido el 22 de junio de 1606. Incluía, entre otras, las siguientes fórmulas: "I, A.B., do truly and sincerely acknowledge, &c. that our sovereign lord, King James, is lawful and rightful King &c. and that the pope neither of himself nor by any authority of Church or See of Rome, or by any other means with any other, has any power to depose the king &c., or to authorize any foreign prince to invade him &c., or to give licence to any to bear arms, raise tumults, &c. &c. Also I do swear that notwithstanding any sentence of excommunication or deprivation I will bear allegiance and true faith to his Majesty &c. &c. And I do further swear that I do from my heart abhor, detest, and abjure, as impious and heretical this damnable doctrine and position,--that princes which be excommunicated by the pope may be deposed or murdered by their subjects or by any other whatsoever. And I do believe that the pope has no power to absolve me from this oath. I do swear according to the plain and common sense, and understanding of the same words &c. &c. &c".
[8]
El juramento al que se refiere el texto forma parte
de los llamados Thirty-Nine
Articles, derivados de los Forty-Two Articles escritos por el
arzobispo de Canterbury Thomas Cranmer
en 1553 (y a su vez basados en los Thirteen
Articles firmados por Enrique VIII
en 1538). Fueron desarrollados por el Concilio de Canterbury
en 1571 ante la iniciativa de la reina Isabel I y firmados por ella.
Tratan de los puntos de doctrina aceptados comúnmente por católicos
y protestantes y de los puntos de disensión entre ellos. Ver “El
juramento de fidelidad” (67 et ss.) en los Escritos autobiográficos de Luisa de Carvajal.
[9]
Luisa de Carvajal se refiere al
niño de los milagros en la Carta 88 (al padre José Cresvelo,
firmada en Londres a 4 de octubre de 1607: “Del niño de milagros,
no hay memoria ya; ni se habla en lo de la paja”); en la 92 (al
mismo, fechada el mismo año: “Lo del niño se ha caído totalmente,
y a mí nunca me agradaron sus milagros, ni vi
en ellos fundamento. La paja también está olvidada y escondidísima;
no sé si en poder del mesmo primero dueño
o de algún padre; y si no descubre adelante en el tiempo cosa de
nuevo, no hay mucha importancia en lo de hasta aquí”); en la 92bis
(al mismo y en el mismo año: “Pregunta vuestra merced del niño de
los milagros. Su padre es letrado, siervo de Nuestro Señor, y el
niño de dos o tres años. Y todo género de gente, católicos y herejes,
certificaban haber sido muchas diversas enfermedades sanadas, tocando
su mano y echando la bendición con la cruz en nombre del Padre,
Hijo y Espíritu Santo. Pero nunca he llegado a ver nada en este
caso ni a poder averiguadamente conocer cosa de importancia. El
padre del chico está ya fuera de la cárcel, que estaba por ello
preso, y tiene esperanza de cobrar el niño, que se le quitaron,
después que murió el obispo de Londres, que le tenía en su casa,
y ahora está en la de un ministro.”).
[10]
Aparece repetido en [f. 4r].
[11]
La anécdota sobre la vida de san Benito se cuenta en el libro
II de los Diálogos (Dialogorum
libri) del Papa Gregorio I (Gregorio
el Grande), único relato de autoridad reconocida sobre la vida del
fundador monástico. A esta Vita
S. Benedicti también se la conoce
como Prolegomena de Gregorio el
Grande.
[12]
La a, aparece sobrepuesta y con tinta negra.
[13]
En el manuscrito aparece el símbolo de la +.
[14]
Añadido el pronombre proclítico en tinta negra.
[15]
pu reduplicado y
tachado.
[16]
La y, aparece tachada.
[17]
El condado de Shropshire o Salop
está en la frontera entre Inglaterra y Gales. Pertenece a la diócesis
de Hereford, de la que fue el último obispo católico Thomas Reynolds, muerto violentamente por defender su fe.
[18]
Perlesía: Resolución o relajación de los nervios,
en que pierden su vigor y se impide su movimiento y sensación (Aut.).
[19]
Lamparón: tumor duro que se hace en las glándulas
conglomeradas del cuello (Aut.).
[20]
En el margen izquierdo aparece escrito ojo con tinta
negra.
[21]
La cita en latín aparece subrayada con tinta negra.
[22]
Entre paréntesis subrayado con tinta negra.
[23]
Se trata de Isabel I.
[24]
Gota coral o Epilepsia: enfermedad que consiste
en una convulsión de todo el cuerpo y en un recogimiento o atracción
de los nervios, con lesión del entendimiento y de los sentidos,
que hace que el enfermo caiga de repente. Procede de abundancia
de los humores flemáticos corruptos, que hinchiendo súbitamente
los ventrílocuos anteriores del celebro y recogiendo éste para expelerlos,
atrae hacia sí los nervios y los músculos, quedando el doliente
sin movimiento y como muerto (Aut.).
[25]
Ciática: enfermedad ocasionada por un homor
que se encaja en el hueco del hueso de la ciática y desciendo por
el muslo causando grandes dolores (Aut.).
[26]
Y obligóse
dos a dar, dos tachado.
[27]
Aparece un espacio en blanco tras por..
[28]
Se trata del Seminario-Colegio Inglés de Saint Omer,
en la ciudad del mismo nombre en el departamento de Pas-de-Calais,
en la región de Nord-Pas-de-Calais,
actualmente en el norteste de Francia,
fundado en 1592 o 1593 por el padre Parsons
y luego aumentado con las donaciones de Luisa de Carvajal y Mendoza
a comienzos del siglo XVII. La ciudad creció
a partir del siglo VII en torno al monasterio
y al colegio de San Omer y tras pertenecer
a los condes de Flandes desde el siglo X, pasó luego al poder español
en el siglo XVI y al de Francia (Luis XIV) desde
1677.
[29]
Se trata del condado de Hereford
(antiguo Hereforshire), con las capitales de Worcester
y Hereford y las abadías benedictinas
de Evesham, Leominster y Pershore, que quizá son la fuente del relato. La diócesis
incluída casi todo Herefordshire,
parte de Shropshire y parroquias en los
condados de Worcester, Monmouth, Montgomery y Radnor. Se dividía
a su vez en las archidiócesis de Hereford
y Salop. En la diócesis había 30 casas religiosas, siete de
agustinos, diez de benedictinos, cluniacenses, cistercienses, dominicos,
franciscanos y carmelitas. Ojonia
se refiere al condado de Oxon u Oxfordshire,
cuya capital es Oxford, sede de la famosa universidad, donde existína en la época del relato casas de agustinos, carmelitas,
trinitarios, dominicos y franciscanos. Los 5 sacerdotes de los seminarios
puede referirse a algunos que hubieran regresado a Inglaterra después
de cursar estudios en alguno de los Colegios del continente.
[30]
Colegio fundado por el cardenal Allen
durante el reinado de la reina Isabel I en la ciudad francesa del
mismo nombre. Además de este Colegio en Douai
se establecieron casas para católicos escoceses e irlandeses, así
como monasterios franciscanos y benedictinos. Douai
se convirtió en el centro neurálgico de la educación de los ingleses
católicos. La universidad que acogió estos colegios data de 1559
y fue fundada por Felipe II y el papa
Pablo IV. La mayor parte de los mártires
católicos muertos en Inglaterra entre fines del siglo XVI
y comienzos del XVII (época del relato)
provinieron de Douai.
[31]
Subrayado con tinta negra y el padre Roberto, monje Bebito..
En el margen izquierdo a
la altura de de Duay
aparece escrito Deste
santo tengo yo reliquia de su carne, también en tinta negra.
[32]
Escrito pagar. Tachada la primera a y sobrescrito
encima una e.
[33]
Para este lugar, donde se celebraban las ejecuciones de prisioneros
comunes y religiosos, ver los Escritos autobiográficos de
Luisa de Carvajal (79).
[34]
Escrito sinse. Tachado
sin.
[35]
Pidiéndoles su la bendición. Su aparece sobrescrito.
La aparece tachado.
[36]
De 20 del reinado de Isabel. De tachado.
[37]
Ruego a nuestro Señor. Sobrescrito a.
[38]
El Colegio Inglés de Roma data de mediados del siglo XIV.
Fue durante la visita de William Allen
a Roma en 1576 cuando por mediación de Gregorio XIII
el Colegio se transformó, dedicándose a la formación de sacerdotes
para la misión inglesa, es decir, la conversión de
Inglaterra. Sobre los padres Scott y Newport, ver un relato detenido de su martirio en los Escritos
autobiográficos de Luisa de Carvajal (83-85) y en su Epistolario
(carta 151). Como dato curioso podemos señalar que en el rescate
de sus cuerpos participó también el futuro embajador don Alonso
de Velasco.
[39]
Los conde-duques de Saboya jugaron
un papel relevante en las luchas religiosas francesas contra los
hugonotes y sus aliados alemanes durante el siglo XVI.
Conviene recordar que Jacques Nemours
de Saboya (1531-1585) fue uno de los candidatos al matrimonio con
Isabel I de Inglaterra en 1559-1560. El embajador mencionado, aunque
ignoro su nombre, lo sería de Carlos Manuel I el Grande de Saboya,
candidato al trono francés y que jugó un papel de importancia en
la política de los siglos XVI y XVII
con sus alianzas con las coronas francesa y española y sus pretensiones
afecetivas a varios territorios italianos. Ver el Epistolario
de Luisa de Carvajal, cartas 137 y 147.
[40]
Como lo son esos de 12. Tachado de.
[41]
El embajador de España es, como ha quedado expuesto en la
Introducción, don Alonso de Velasco, de la familia Fernández de
Velasco. Sucedió a don Pedro de Zúñiga, que cesó en sus funciones
en 1610. A don Alonso de Velasco le substituyó en 1613 el conde
de Gondomar. Conocemos muchos detalles
de su actividad como embajador, en particular gracias a las cartas
poco efusivas para con él de Luisa de Mendoza (cartas 114 y 115
por ejemplo de su Epistolario).
[42]
A partir de aquí cambia la tinta de sepia al negro.
[43]
El relato de la recuperación de los cuerpos de los mártires
puede leerse con detalle en los Escritos autobiográficos
de Luisa de Carvajal (83-85). El criado del texto debe referirse
al fiel Lemetiel, que sirvió a doña Luisa
desde casi su llegada a Londres (ver sus Escritos autobiográficos,
63). [44] Col[f.23r]colgado.
[45]
Sobre el conde de Salisbury ver las Memoirs of Sir Walter Raleigh, his life, his military
and naval exploits, his preferments and
death, in which are inserted the private intrigues between the Count
of Gondamore, the Spanish ambassador, and the Lord Salisbury,
then secretary of state (London, Printed for W. Mears, 1719),
de Lewis Theobald. Sir
Walter Raleigh se caracterizó por su beligerante
anticatolicismo y antiespañolismo
durante el reinado de Isabel I, aunque sus enemigos acabarían ocasionando
que perdiera el favor real de Jaime I. Antijesuita
fervoroso, un pamfleto de 1592 le acusó
de mantener la llamada escuela de ateísmo (mencionada más
abajo en el texto, nota 56) ateísmo.
[46]
Tachado ha-, supraescrito
y.
[47]
pestado, con la p-
tachada.
[48]
Subrayado preso
el padre Guillermo Balduino 4 años y más.
[49]
Recuérdese que Jaime I había casado una hija suya con el
conde del Palatino del Rin, Federico V. La opinión pública inglesa
le veía como un defensor de la fe protestante y se oponía a los
intentos de Jaime I, a instancia del conde Gondomar,
para firmar una alianza matrimonial con España, que tenía bajo dominio
de soberanía los territorios del elector del Palatino.
[50]
Añadido en el margen izquierdo:
A instancia del conde de Gondomar,
embajador del rey Felipo de España, le
mandó el rey soltar de la prisión y está al presente en la corte
de España. Ffo lo dicho en 18 de mayo
de 1620.
[51]
Conviene recordar que el segundo barón de Vaux,
Thomas Vaux, fue uno de los poetas más
conocidos de la época Tudor, dos de cuyos
poemas formaron parte de la Miscelanea
de Richar Tottel
(1557). Un Laurance Vaux murió en la prisión de Clink
por defender su fe católica en 1585, sin duda relacionado con N.
Vaux y su hijo, que aquí se mencionan. Sobre N. Vaux y su hijo ver los Escritos autobiográficos de
Luisa de Carvajal (97-98) y su Epistolario (carta 135).
[52]
mu- tachado, seguido
de las.
[53]
particu particulares, particu-
tachado.
[54]
un los, un tachado.
[55]
cosideración en el original,
con la –n- supraescrita encima
de ico-.
[56]
ante reduplicado.
[57]
Ateísta puede ser una referencia a Raleigh
y su secta. Ver supra nota 44.
[58]
amp ambos, amp
tachado.
[59]
angeles santos, ángeles
tachado.
[60]
Reduplicación en original: con
una visión celes[f. 26v] con una visión
celestial.
[61]
subia, tachado, y se
había supraescrito.
[62]
a Dios lo que, a Dios tachado.
[63]
que con, que tachado.
[64]
est escrito, est-
tachado.
[65]
in así, in tachado.
[66]
la n mañana, n- tachado.
[67]
Acasándolos, con la –u- sobrescrita entre –as-, con la –a-
tachada, y la –e- sobrescrita entre –os-, con la –o-
tachada.
[68]
p aun ellos, con p- y –un tachados.
[69]
ni no, ni tachado.
[70]
En el texto amensas,
con la –a- añadida sobrescrita a la –n-.
[71]
Se trata del príncipe Enrique, hijo de Jaime
I y de su esposa Ana de Dinamarca, muerto en 1612.
[72]
concierty, con la –y tachada y sobrescrita encima suya –o.
[73]
Se trata, claro está, de María Estuardo.
[74]
prese por presente, prese
por tachado.
[75]
de la del, de la tachado.
[76]
ir las, ir tachado.
[77]
cond con, cond-
tachado. [78] Se trata de John Almond, sacerdote y mártir inglés, que murió en Tyburn en 1612. Tras pasar por el Colegio Inglés de Roma, regresó a Inglaterra, donde sufrió prisión en 1608 y 1612. El relato de su martirio le describe como "a reprover of sin, a good example to follow, of an ingenious and acute understanding, sharp and apprehensive in his conceits and answers, yet complete with modesty, full of courage and ready to suffer for Christ, that suffered for him" (Challoner, Memoirs of Missionary Priests, 234; ver nota 1).
[79]
Se lee examinadas, con
la –o escrita sobre –as, tachado.
[80]
13 12, 13 tachado.
[81]
estuvouan, -uvo- tachado y –a- sobrescrito.
[82]
venida en el original, con la –a tachada y la –o supraescrita.
[83]
oyate [sic] voz, oyate tachado.
[84]
porque, -or- tachado y –ar- sobrescrito.
[85]
nuestro nuestros, nuestro tachado.
[86]
1612 1614, 1612 tachado.
[87]
Sobrescrito y tachado entre Velasco
y embajador: su.
[88]
En el ms.:
sacerdo [f. 34r] sacerdotes.
El reclamo del f. 33v lee –tes.
[89]
no por no, el primer no tachado.
[90]
sigui y el siguiente, sigui
tachado.
[91]
Se trata de Thomas Arundell, distinguido
por su servicio a Isabel I y Jaime I y destacado por sus ataques
al protestantismo.
[92]
diro, -ro tachado
y cho sobrescrito.
[93]
se le, se tachado.
[94]
mi[f. 35v] misericordia.
[95]
de servirle merecerla, de servirle tachado. [96] de reduplicado. |